Al encuentro del buitre negro en el valle de Iruelas
El valle de Iruelas alberga la quinta colonia más importante de buitre negro de nuestro país. Se pueden disfrutar en vuelo, posados, o en 8K si lo hacemos desde el hide de carroñeras que se ubica en una ladera de esta reserva natural abulense. Buitres leonados y negros se mostrarán a placer a los ojos del emocionado visitante que espera en el hide a que se levante el telón ornitológico.
La Reserva Natural valle de Iruelas fue declarada como tal para proteger y conservar la mayor colonia de buitre negro de Castilla y León, formada por alrededor de 100 parejas. Una cifra considerable pero que incluso tenía más importancia antaño, antes de que la especie se recuperara y distribuyera por otras zonas peninsulares, cuando el valle de Iruelas constituía uno de los bastiones más importantes del continente para el buitre negro. Actualmente es la quinta colonia más grande de España. Esta ZEPA y ZEC también posee delicatessen aladas como el águila imperial o el águila real, entre otras especies. Y es, sobre todo, una reserva forestal con importantes formaciones boscosas de pino silvestre y pino laricio, de los que se pueden encontrar ejemplares de gran porte, además de pinos resineros. Cuenta también con melojos, castaños, tejos, acebos, avellanos, matorrales de cambrón y piorno serrano, enebros rastreros y un interesante bosque de galería en la garganta del arroyo de Iruelas, afluente del río Alberche.
A pesar del reducido tamaño de la reserva, el sinuoso relieve con laderas, barrancos y vaguadas de diferentes orientaciones, pendientes, y una importante diferencia altitudinal entre la parte alta y el fondo del valle, confieren a este rincón abulense, unas particulares condiciones que permiten el crecimiento de formaciones vegetales de variadas necesidades climáticas. Más de 600 especies y subespecies botánicas. La historia de Iruelas está ligada a la explotación del bosque. La Casa del Parque y el sendero accesible circular que se encuentra en sus inmediaciones, son un magnífico lugar para aprender más sobre el pasado forestal de la reserva.
En colaboración con Birding Iruelas y el Núcleo de Turismo Rural Valle de Iruelas -casas rurales que eran los antiguos alojamientos de los trabajadores forestales por cierto-, había quedado con Máximo López, guarda de la reserva, quien me llevaría, en compañía de unos familiares que me acompañaban en esta ocasión, hasta el hide. Para ellos recién iniciados en la observación de aves iba a ser su primer hide y no alcanzaban a imaginar la espectacularidad de una observación desde aguardo. Menudo debut.
Envueltos en la niebla remontamos por la montaña hasta la media ladera donde se ubica el escondite. Por el camino atravesamos algún tramo de castañar, que aún mantenía el color otoñal que disfruté en plenitud apenas un par de semanas antes en el fantástico bosque de castaños de El Tiemblo, justo al otro lado de la ladera donde nos encontrábamos en ese momento. La joya forestal de la corona.
Llegados al destino, siguiendo el pertinente protocolo de la actividad aguardamos en el interior del 4×4 hasta la llegada del otro vehículo que traía los restos cinegéticos. Ya juntos, Máximo nos acompañó al interior del hide. El día anterior hubo jornada de caza y la cantidad de alimento era tal que aún permanecimos alrededor de media hora a la espera mientras terminaban de colocar la comida. Había restos de ciervo y jabalí a diestro y siniestro. Nosotros, lejos de impacientarnos nos venía bien este lapso esperanzados con que la niebla levantase y frontándonos las manos pensando, si ésta finalmente se disipaba, en el espectáculo que podía depararnos tal acumulación de despojos cinegéticos.
La densa cortina de nubes por momentos se aclaraba, cada vez con mayor energía, aumentando el campo visual. En un segundo se volvía a cerrar. Cuando habían terminado su trabajo y ambos guardas se disponían a retirarse, a duras penas podíamos ver el bosque de pinos que crecía al fondo. Mientras se montaban en los vehículos todoterreno, como en el mejor guion de Hitchcock, la niebla se elevaba lo suficiente como para poder ver la pradera, bien orientada al valle para que los buitres puedan izar el vuelo con comodidad, que constituía aquella húmeda mañana el terreno de juego. Por momentos la niebla daba sensación de querer irse, incluso se atisbaba la presencia de un sol que quería rasgar la cortina de nubes para disfrutar de la bacanal. ¿Vendrían los buitres? La repuesta no se hizo esperar, y apenas Máximo desaparecía por detrás de los árboles con el coche, un buitre aterriza en la pradera. Sin solución de continuidad aparece otro, y otro, y otro. Más arriba se intuye -cual nube de mosquitos de casi 3 metros de envergadura- una columna de aves pidiendo pista de aterrizaje. La lluvia de buitres era incesante. En apenas un par de minutos más de un centenar, entre buitres negros y leonados, campan por la pradera que, con el objetivo alimenticio cegando sus mentes, pronto deja de ser un terreno de juego para convertirse en algo más parecido a un ring. Comienzan su ritual de saltos, de aleteos, de disputas por el mismo pedazo de carne…. Y nosotros, como puedes imaginar, en el hide disfrutando como enanos de la macabra escena.
Si el lector ha presenciado alguna carroñada, sabe que habitualmente primero comienzan a aparecer los córvidos o algún milano -señal que van buscando los buitres- y una vez que bajan los buitres, una “carroñada” suele durar quince o veinte minutos. Estas aspiradoras de carroña no necesitan más tiempo para dejar el suelo igual que estaba el día anterior. Ese día no hicieron falta ni córvidos para el preámbulo. Además, aquel volumen de comida llevó el espectáculo hasta la prórroga y los penaltis. Casi cuatro horas se prolongó la sesión hasta que los buitres dejaron aquello como un solar. Cuatro horas de una actividad tal, que si no tuviéramos reloj, hubiéramos jurado que no habían pasado más de 60 minutos. Creo que aún seguimos embelesados…
Nos dio tiempo a comprobar algo curioso y diferencial en la dieta de ambos buitres. Mientras que el buitre leonado devora todo y se vuelve loco con las vísceras, el buitre negro parece preferir los tejidos duros de las partes externas de la carroña, como piel y tendones. Probablemente esto explica la diferencia en la morfología de la cabeza en ambas especies. Además, los buitres negros pueden utilizar la misma carroña durante varios días, pero claro, cuando de compartir banquete con sus insaciables hermanos leonados se trata, ésta es misión imposible.
Aquella inolvidable mañana levantó la niebla, salió el sol, se volvió a nublar, llovió, lució de nuevo el astro rey… mil y una luces con más de un centenar de modelos alados. Permanecimos atentos por si bajaba el águila real, visitante con cierta asiduidad de este hide según nos comentó Máximo. No bajó, pero tampoco hizo falta para convertir la experiencia en mi mejor contacto con buitres negros por lo que a hides respecta. Alrededor de treinta parejas de buitres negros nos deleitaron a los allí presentes hasta decir basta. Y todavía tuvimos tiempo de leer alguna anilla”.
En la hoja que la empresa entrega al cliente de la actividad se pide, si es posible, la identificación de anillas. Me gusta la idea, leer anillas y proporcionar estos datos a la dirección de la reserva natural forma parte de la contribución a la conservación, de realizar un ecoturismo bien practicado. Un sencillo pero buen ejemplo de turismo científico.