Sierra de Andújar, tras las huellas del Lince Ibérico
La observación de mamíferos salvajes siempre resulta ser una experiencia de las que no se olvidan, de esas experiencias que llamamos vitales. La observación de mamíferos, especialmente la de depredadores como el Lobo o el Lince ibérico, implica por norma general, largas esperas, normalmente en condiciones no demasiado cómodas y una gran dosis de paciencia y mucha mucha suerte. En este artículo, os relato cómo resultó mi experiencia en la observación de uno de los depredadores ibéricos más buscado; el Lince ibérico, en la zona de la península donde mayor concentración tenemos de la especie, en el Parque Natural de Sierra Andújar.
Para mí, visitar Andalucía siempre es motivo suficiente para hacerme cientos de kilómetros en coche (a veces en muy poco tiempo) sin tampoco demasiada motivación ni excusas para hacerlo. Andalucía es, en sí misma, la excusa perfecta para pegarte palizas en coche sin que te resientas demasiado. Sabes que hay recompensa y eso, puede con todo.
He bajado a Andalucía muchas veces, desde niño, con mis padres, con una caravana que íbamos cambiando de camping según mi padre lo hacía para ver clientes, de modo que con doce años, ya me había recorrido toda España y Portugal de cabo a rabo. Desde entonces he visitado zonas de lince una y otra vez pero nunca pude disfrutar de la observación del felino como es debido, bueno, para ser sincero, ni como es debido ni nada, nunca lo había llegado a ver en libertad, sólo unas huellas en la arena en un camino cerca de El Rocío, en el Parque Nacional de Doñana fue todo lo que me dejó ver el gato.
En esta ocasión, mi colega Alfonso y yo, nos dispusimos a viajar a Sierra de Andújar con la idea fija de encontrar al felino en su hábitat y poder observarlo a gusto, para lo que contactamos con la empresa local de observación de fauna Birds & Lynx Ecotourism, con base en La Carolina, provincia de Jaén.
En este punto debo decir y, que sirva de consejo, que siempre que queráis ir a algún lugar fuera de vuestra zona habitual de observación, si os lo podéis permitir, no dudéis en contratar guías y empresas locales. Los motivos son varios y bien claros (verdadero ecoturismo). Primero, debemos practicar siempre el turismo de naturaleza de forma responsable; segundo, estáis apoyando el empleo local haciendo que esas personas puedan vivir de su actividad y más importante aún, que las administraciones vean que esa especie, ese espacio natural genera por llamarlo de alguna forma, riqueza. Tercero, estáis garantizando que la experiencia os sea grata (estamos hablando de guías y empresas serias) y que las probabilidades de éxito de encontrar lo que buscáis sean altas, de hecho, muchos amigos que me comentan que han ido a ver linces a tal sitio se han vuelto en balde porque al llegar allí, generalmente a contrarreloj, no han sabido dar con el sitio, no tuvieron suerte, la época no era la adecuada, etc., fallos que se hubiesen evitado contratando de antemano a gente experta en el tema.
Pues bien, una vez en La Carolina, quedamos con nuestro guía para recogernos después de comer y poner proa hacia la sierra en un todoterreno que la organización tiene al efecto.
A medida que avanzábamos hacia nuestro destino, la calidad de las carreteras iba empeorando, de modo que al final acabamos rodando por un camino de cabras con unas pocas roderas dejadas por el coche del propietario de una de las fincas.
Para asegurar un poco el encuentro con el gato y aumentar las probabilidades de éxito de la observación, nos llevó directamente a una finca privada donde los linces se observan con relativa facilidad. Nuestro guía nos dispuso en lo alto de una colina, a modo de atalaya, desde donde según él se dominaba todo el recorrido que los linces suelen hacer a diario.
La vista era espectacular y también los olores y los sonidos, estábamos inmersos en la naturaleza, en la naturaleza sin sonidos antropogénicos, la auténtica, la que se echa de menos cuando lo que quieres es estar con los cinco sentidos dirigidos hacia ese lugar en el que te encuentras.
El sol ya estaba bastante bajo, la luz era perfecta, esa luz anaranjada que tanto gusta a pintores y fotógrafos de naturaleza, esa luz que proyecta sombras cargadas de colores azulones y violáceos, todo ello entremezclado con los colores tierra y sepia en los rincones más oscuros, allí donde seguro se oculta el gato. Es emocionante pensar que, en cualquier momento, aparecerá ese felino mítico, del que tanto había oído hablar y sobre el que había visto cientos de fotos de personas apasionadas como yo que habían tenido la suerte de haberse tropezado con él o al que también, por qué no, le habían hecho unas largas esperas.
“Los indicios son importantes” – dice nuestro guía, hay que fijarse en los delatores de la presencia del lince, como son las pandillas de urracas, Pica pica, que van increpando al felino a medida que éste va descendiendo ladera abajo en una colina que tenemos justo en frente. El mochuelo, Athene noctua, que también se pone nervioso al detectar al lince, nada más verlo empieza a emitir su canto de alarma, que a mí en cierto modo, me recuerda al maullido de un gato pero una octava por encima.
Con este panorama y sabiendo que las probabilidades de que aparezca el lince son mayores cuanto más avanzan las sombras por las laderas, el pulso se pone a cien, es como una película de suspense, sabes que el malo va a aparecer detrás de la puerta en cualquier momento. Además, nuestro guía conoce tan bien los movimientos del lince que te dibuja con el dedo el lugar exacto por donde presumiblemente va a bajar, por donde va a saltar, donde se detendrá para ver si no hay peligro antes de cruzar el camino serpenteante que bordea la colina.
Veo que el guía se pone nervioso a medida que la luz desaparece y nos mira a nosotros y mira hacia donde se supone que va a aparecer el lince pero, de repente, nuestro experto en linces, se gira y señala un camino a lo lejos, Allí! Allí! decía, señalando con el dedo el camino y repitiendo “El lince! Allí, allí”. Es curioso comentar, en este punto, lo difícil que es gritar en voz baja, cuando los nervios, la tensión y la emoción te invaden y aunque quieras gritar y soltar toda esa tensión acumulada de tensa espera, sabes que no debes hacerlo.
Pues sí señor, allí estaba, el señor lince (un macho joven precioso), paseando como quien no quiere la cosa, despacio, como contando los pasos, deteniéndose de vez en cuando para escuchar algo que le llamaba la atención.
El paseíto le duró poco ya que nada más tropezarse con una retama bastante grande y densa, se tumbó a sus pies a descansar.
Unos instantes más tarde, las pandillas de urracas se reubicaron y dejaron, por un momento, a nuestro macho joven en paz. Se reagruparon y volaron un poco más lejos, para empezar la gresca con…Otro lince! No me lo podía creer, otro lince, más menudo, más grácil que entró en escena de la nada, menuda sorpresa!.
Nos susurra el guía, que se trata de una hembra joven y el macho que vimos antes no lo conocían, que era nuevo en la zona, que ni siquiera les había dado tiempo a ponerle nombre.
Pues allí permanecieron los dos gatos, la pequeña lincesa intentando animar al joven macho, para que jugase con ella y éste haciendo caso omiso, igual que el hermano mayor adolescente que no hace caso al hermano pequeño que le pide jugar.
Ésta fue, sin lugar a dudas, una de esas experiencias de las que yo considero vitales, de esas que no te olvidas nunca, de hecho, este encuentro con el lince ocurrió en octubre y, hoy, tres meses después, me acuerdo de todos y cada uno de los detalles del encuentro.
Por cierto, aunque mi intención era la de tratar de dibujar al lince, no pudo ser, apareció con muy poca luz y aunque lo pudimos ver bien, no había luz suficiente para pintar nada (eso sería después en casa con ayuda de las fotografías), además, en la vida hay momentos que es mejor disfrutarlos sin más, sin hacer nada más que observar, es todo lo que nos vamos a llevar de este mundo y creedme que vale la pena.