Con las grullas de Gallocanta
De octubre a marzo es la “temporada alta alar” en Gallocanta. Cientos, miles de grullas inundan con su trompeteo uno de los parajes más impresionantes en el sur de Europa. Probablemente el más impactante desde el punto de vista de concentración de grullas en su viaje migratorio anual. Manu Sobrino nos lleva, prismáticos en mano, a esta laguna aragonesa.
Para una persona con movilidad reducida, cada viaje a la naturaleza conlleva un cierto grado de planificación, en función, sobre todo, de las necesidades personales de cada usuario. Desde el lugar en el que vas a alojarte hasta la oferta de ocio y actividades, pasando por el medio de transporte para moverte de un sitio a otro, la logística dependerá de varios factores y va a condicionar sin duda el resultado de la experiencia. En mi caso, al ser una persona bastante autónoma, mis preocupaciones se centran especialmente en el grado de accesibilidad de las zonas a visitar, así como de los equipamientos de uso público o servicios que pueda contratar para complementar el viaje: sendas, observatorios, empresas de ecoturismo o centros de información e interpretación son algunos de los elementos a tener en cuenta.
Cuando hacía los preparativos para una escapada de tres días a la Reserva Natural Dirigida de la Laguna de Gallocanta, una de las primeras dudas que me asaltaron fue si tendría acceso a los hides a pie de laguna destinados a la fotografía de grullas. Así pues, inicié los trámites correspondientes para ver si sería posible reservar a tiempo alguno de ellos. Tanto desde la Subdirección de Medio Ambiente del Departamento de Desarrollo Rural y Sostenibilidad como una trabajadora de la reserva me confirmaron que ninguno de los hides existentes están adaptados, y que las reglas – iguales para todos – obligan a permanecer durante todo el día en su interior para no molestar a los animales. Además, me comentaron que quizá eran demasiado pequeños para entrar con silla de ruedas.
Al parecer, nunca se les había presentado el caso de una persona de mis características que quisiera hacer uso de este servicio. Y a pesar de verme obligado a renunciar en esta ocasión, me manifestaron su intención de plantear la construcción de una caseta más amplia y flexibilizar, en la medida de lo posible, las normas de utilización en algunos casos. Si mi consulta sirve para abrir los ojos de los gestores y que se introduzcan los cambios necesarios que permitan disfrutar a todos los públicos, me doy por satisfecho.
Los primeros trompeteos
El primer contacto que tuve con las grandes zancudas en Gallocanta fue auditivo, y se produjo inmediatamente después de bajarme del coche, en las proximidades del observatorio de Los Aguanares, al norte de la laguna. Un coro de trompetas dulces llegaba a mis oídos desde los cuatro puntos cardinales. No era un sonido molesto, ni mucho menos. Eran vocalizaciones armoniosas, bien hilvanadas, en consonancia con la belleza de sus autoras. Ya en el interior de la caseta – por cierto, instalada a ras de suelo y por tanto accesible – se abrió ante mí una ventana a un mundo infinito. Un mundo donde la grulla era la indiscutible protagonista.
Estaban por todas partes, unas volando en dirección a los campos, otras ocultas entre el carrizo cercano, dispuestas a emprender el vuelo y a sorprender con la enorme envergadura de sus alas. Pero lo que veía era solo la punta del iceberg, una visión condicionada por mi propia limitación sensorial. No obstante, cuando el paisaje parecía enmudecer, cientos y cientos de aves irrumpían como de la nada, llenándolo todo. En sus vuelos describían una trayectoria que pasaba justo por delante del observatorio, en dirección a los sembrados y montes circundantes.
Los prismáticos mejoraron mi percepción del entorno. A lo lejos, en la laguna, no cabía un alfiler. La abarrotada lámina de agua concentraba el grueso de los ejemplares, que remoloneaban después de la siesta. Únicamente la silueta de algún pato lograba desviar mi atención durante unos segundos. Sin embargo, lo que me tenía realmente ensimismado era el incesante canto de las grullas, que no por repetido resultaba monótono o aburrido. ¿Qué se estarían diciendo? Quién sabe… Lo cierto es que había matices en su voz que permitían distinguir a cada individuo. Estoy seguro de que entre ellas se reconocen perfectamente de ese modo.
En mitad de aquella algarabía, era francamente difícil decidir hacia dónde mirar. Bastaba con dar un paseo por los alrededores para percatarse de la magnitud del espectáculo. Miles de ejemplares se repartían por las inmediaciones de la laguna para alimentarse en los cultivos de cereal, principal fuente de alimentación en este lugar. Con verdadera envidia imaginaba la privilegiada perspectiva que debían de tener los agricultores, ya que las grullas – acostumbradas al ir y venir de sus tractores – se movían con total confianza cerca de ellos. Contemplándolos, tuve la ocurrencia de pensar que podrían organizar rutas guiadas para acercar a los visitantes no solo a la naturaleza, sino también a las labores que desempeñan estos profesionales. Al fin y al cabo es su trabajo y esfuerzo, apoyado naturalmente en las leyes conservacionistas, el que hace posible que sigan llegando tantas grullas a Gallocanta.
Pero para panorámicas únicas las que pueden divisarse desde la Ermita de Nuestra Señora del Buen Acuerdo, ubicada sobre una elevación natural del terreno. Aquí se puede llegar cómodamente en coche bordeando la laguna por una de las numerosas pistas de tierra que conectan los diferentes puntos de interés de la reserva. Existe un aparcamiento frente al templo religioso donde podemos dejar nuestro vehículo estacionado, y desde el cual parte un camino que conduce al mirador de la Ermita. Sin duda el mejor apostadero para vivir diría que uno de los eventos naturales más grandiosos que haya presenciado jamás: la entrada de las grullas al dormidero al atardecer. Una obra que se repite en el mismo escenario a la misma hora desde la noche de los tiempos. Un auténtico polo de atracción para hombres y mujeres de todo el mundo ávidos de verla con sus propios ojos. Lo mejor de todo es que no hay que guardar butaca y es cien por cien gratuita.
Como todo gran acontecimiento tiene lugar una previa, minutos o incluso horas que cada uno aprovecha como puede mientras espera pacientemente. Hablando con el de al lado, paseando por los alrededores o simplemente oteando la laguna con la esperanza de observar alguna cosa. Una buena opción es rodar, como yo hice, por los senderos que recorren el alto de la ermita. Con luz adecuada y con semejante paisaje es un verdadero placer. Hasta que no estás ahí arriba no eres consciente de la inmensidad que te rodea. Porque estamos hablando de la mayor laguna endorreica de agua salada de toda Europa. 7,5 km de longitud por 2,5 km de anchura. Ahí es nada… Mientras me recreo en su enorme extensión, escucho el trino de las alondras y los trigueros, notas que me hacen olvidar que la temperatura empieza a descender y que pronto el frío se hará insoportable. Nada que unas buenas capas de ropa no puedan remediar…
Daba la impresión de que las grullas llevaban cierto retraso, y que no iba a poder ver su llegada con la claridad suficiente antes de que un manto de oscuridad lo cubriera todo. ¿Serían puntuales? Pronto obtuve respuesta… Poco antes de las seis de la tarde, como obedeciendo una señal desconocida pero irresistible para las aves, se intuían algunos cambios. Los primeros trompeteos resonaron a lo lejos, ganando intensidad a medida que se acercaban a la laguna. ¡El desfile había comenzado! La avanzadilla estaba compuesta por grupos reducidos, dando paso rápidamente a un pelotón ensordecedor de miles de grullas que, ahora sí, se apresuraban para no llegar tarde a su cita. Era como asistir al paso de una vuelta ciclista, pero aquí la meta consistía en conquistar la seguridad de la laguna. La visibilidad era escasa, prácticamente nula.
Sin embargo, hacia el oeste los últimos rayos alumbraban una estampa bucólica. Interminables escuadrones alados volaban en formación sobre la Ermita del Buen Acuerdo momentos antes de aterrizar, dejándome literalmente mudo. Me hubiera encantado poder parar el tiempo en aquellos instantes. Pero apenas quince minutos después, el “barullo» producido por la aglomeración de miles de grullas había cesado notablemente. Las imágenes que acompañan a estas palabras son el mejor testimonio de lo que significa estar allí… No quiero dejar pasar la oportunidad de comentar que a 700 metros del mirador de la Ermita se encuentra otro fantástico emplazamiento – el observatorio de Los Ojos – cuya posición estratégica ofrece si cabe una panorámica aún más amplia del paisaje. Desde aquí pude disfrutar, al atardecer del día siguiente, de un segundo y apoteósico pase de las grullas sobre la laguna de Gallocanta.
Con la emoción a flor de piel, decidí profundizar en el conocimiento de los valores ambiéntales de la reserva natural. Para ello nada mejor que visitar el Museo Interpretativo del Ecosistema Aves de Gallocanta, situado en el pueblo del mismo nombre. En este gran edificio accesible es posible recabar todo tipo de información sobre aspectos naturales y culturales relativos a la laguna y la totalidad de la cuenca endorreica. El centro alberga una interesante colección de maquetas, huellas y rastros de fauna, datos históricos y diversos soportes divulgativos, así como una impresionante exposición de aves naturalizadas que representa algunas de las especies más emblemáticas del espacio protegido.
Por si fuera poco, una larga y sugerente pasarela de madera construida en los exteriores del museo nos guía hasta la misma orilla del agua, donde nos aguarda otro observatorio adaptado. Realizar este recorrido a primera hora de la mañana y sin apenas gente, en silencio, es otra experiencia que recomiendo encarecidamente. Y ya que estamos, podemos aprovechar para dar un paseo por las intrincadas calles del pueblo, donde nos asombrarán los pintorescos murales de temática ornitológica pintados en las paredes de las casas… Así es Gallocanta, un municipio volcado con las aves y su conservación.
Inspirado por esa rica expresión artística, ese arte del aire que me dio alas para seguir aprendiendo, acudí al Centro de Interpretación de la Laguna de Gallocanta, entre las localidades de Tornos y Bello. De camino pude deleitarme con el confiado comportamiento de un zorro que tomaba tranquilamente el sol de la mañana. También con las grullas, que en este sector de la laguna se muestran más tolerantes con la presencia humana. Llegaba como invitado al “vermut” de las grullas, ese momento del mediodía en el que las aves regresan a la laguna para tomarse un descanso. Después me acerqué al observatorio de La Reguera – este inaccesible, con escaleras – donde siguió la fiesta con las avefrías y los aviones comunes y trepadores, unos y otros volando al unísono en una de las escenas que recuerdo con más entusiasmo. La laguna bullía con el revoloteo de una multitud dispuesta a degustar los abundantes recursos en forma de insectos y pequeños invertebrados acuáticos. Y yo a alimentar mi espíritu viendo desde la distancia aquel masivo banquete.
Faltaba lo mejor
Pero el plato fuerte todavía estaba por llegar… Para mi última jornada en Gallocanta me iba a ir “De ruta con las grullas”, una de las actividades interpretativas más completas y recomendables que se desarrollan en la reserva coincidiendo con la migración. Las salidas se realizan en coche particular, optimizando a ser posible el uso de vehículos, y tienen una duración aproximada de tres horas. Nuestra guía en este itinerario sería Carmina, a la que – después de varios años de interacción a través de las redes – tuve por fin la oportunidad de conocer en persona. Nadie como ella conoce mejor a las grullas de su querida Gallocanta. Y es que las detalladas explicaciones, su profundo conocimiento respaldado por una amplísima experiencia, convierten sus rutas en auténticas masterclass.
Con la pasión de una madre hablando de sus hijos, Carmina nos contó el día a día de las grullas, sus costumbres y horarios, su fenología, preferencias alimenticias, su vida social y estado de conservación actual, entre otros temas interesantes. Sabía incluso con precisión, atendiendo a las condiciones meteorológicas y al comportamiento en vuelo de las grullas, cuando estaban listas para reanudar su periplo en dirección oeste, hacia las dehesas extremeñas. Lecciones amenas que recibimos por parte de la mejor anfitriona. Tras detenernos en los principales lugares de observación y resolver algunas cuestiones, dimos por finalizada la ruta – como no podía ser de otra forma – en la Ermita del Buen Acuerdo, donde nos hicimos juntos unas fotos para el recuerdo.
Un fin de semana en la Reserva Natural Dirigida de la Laguna de Gallocanta fue tiempo más que suficiente para enamorarme de este privilegiado enclave, pero a todas luces escaso para disfrutar plenamente de todo lo que puede ofrecer en las distintas épocas y estaciones del año. Porque Gallocanta no son solo grullas, y para muestra baste con un dato: más de 220 especies de aves han sido citadas aquí, de las cuales 100 se reproducen con regularidad. Dicho esto, debo reconocer que soy incapaz de imaginar la laguna sin el trompeteo constante de las viajeras aladas. Sin ellas seguiría atesorando una biodiversidad envidiable, pero perdería una parte importante de su singular encanto. Prometo volver pronto para documentar y compartir con los y las lectoras de El Ecoturista todo lo que ha quedado en el tintero, que no es poco…