Ecoturismo Accesible. Tras el lobo en la Sierra de la Culebra
Sábado, 16 de septiembre. Siete de la mañana. Las primeras luces del amanecer perfilan el relieve serpentino de la Culebra. Estamos al noroeste de Castilla y León, entre las comarcas zamoranas de Aliste, la Carballeda, Sanabria, Tierra de Campos y la portuguesa de Tras Os Montes. El frío cala hasta los huesos, y eso que hemos venido preparados para combatirlo… Todo está en calma, en silencio. Una tranquilidad que no queremos quebrar, ni siquiera con nuestras voces…
Somos un grupo de entusiastas de la naturaleza llegados desde diferentes puntos tan distantes como Pontevedra, Navarra o Bizkaia. No nos conocemos, pero nos une la misma pasión, el mismo objetivo: la observación del lobo ibérico en libertad. Nuestro guía, Javier Talegón ⎼uno de los mayores expertos en la especie⎼ lleva casi dos décadas al frente de Llobu, empresa pionera en la realización de actividades de ecoturismo y medio ambiente con el Canis lupus signatus como eje principal.
Armados con cámaras, prismáticos y potentes teleobjetivos, pretendemos ver sin ser vistos… Tarea difícil cuando de quien tratas de ocultarte es uno de los animales históricamente más perseguidos en todo el continente europeo. Incluso el ruido más leve puede poner en alerta y provocar la huida del carnívoro, por lo que hay que ser extremadamente cuidadoso cuando penetramos en sus dominios. Algo que Talegón lleva grabado a fuego en su método de trabajo.
Todo está calculado al milímetro: desde el lugar donde haremos la espera ⎼un magnífico mirador con vistas panorámicas a la sierra⎼ hasta las distancias de observación, lo bastante largas para garantizar en todo momento el bienestar y la tranquilidad de la fauna. Pero hay muchos otros detalles que marcan la diferencia… Un código ético innegociable en el que el respeto por el entorno es la única prioridad.
Con su inseparable pizarra en mano, Javier nos explica algunas particularidades del paisaje en el que nos encontramos. Y es que si queremos profundizar en el mundo del mítico cánido es esencial entender también el contexto que le rodea. Una visión más integradora en la que nos introducimos antes de meternos de lleno en materia. Mientras recibimos las pertinentes explicaciones, es inevitable sumergirse con la mirada ⎼y quizá con la imaginación⎼ en la inmensidad de la sierra, una gran planicie salpicada de árboles y arbustos y atravesada por multitud de pistas a las que, como veremos, deberemos prestar especial atención…
Es hora de desplegar los equipos de observación. Uno de los momentos más prometedores de la jornada. El nerviosismo se apodera de los y las participantes. No hay tiempo que perder. Con un poco de ayuda, adapto mi telescopio a la posición y altura adecuadas. Mis compañeros hacen lo propio. Seguimos una especie de ritual que se desarrolla en el más absoluto y respetuoso de los silencios. Últimas comprobaciones, y ya tenemos todo listo para empezar.
Los primeros minutos son probablemente los más frustrantes… La lógica euforia inicial, unida a la falta de experiencia en el manejo de telescopios, pueden provocar cierto desánimo en el grupo. Una sensación que se desvanece a medida que van desfilando frente a nosotros algunos de los protagonistas. No es fácil dar con ellos. Hay que peinar cada metro cuadrado de sierra a la espera de detectar movimiento entre la vegetación. Afortunadamente, las oportunas indicaciones de Talegón facilitan mucho las cosas. Atento a todo y a todos, no permite que se instale el pesimismo.
Hay muchos ojos mirando, es cuestión de tiempo… Cada uno se centra en un área determinada, procurando cubrir la máxima extensión posible de terreno. De esta forma se multiplican las probabilidades de éxito. De pronto, la búsqueda se ve interrumpida súbitamente. Alguien ha visto un ciervo el animal más grande y detectable de todos. Inmediatamente, el rastreo individual se convierte en un esfuerzo colectivo por localizar al cérvido, ya que, a pesar de su enorme tamaño, es habitual que desaparezca “engullido” por las densas formaciones de brezo y retama.
Estos primeros avistamientos animan el ambiente, y suelen dar como resultado la observación de más ejemplares. Pastan aparentemente despreocupados, en zonas despejadas, donde pueden descubrir con facilidad la presencia de un presunto peligro. Esa aparente tranquilidad es solo eso, apariencia, ya que sus sentidos están siempre alerta, siempre dispuestos a activar el protocolo de retirada si fuese necesario. Y es ahí, en esas señales casi imperceptibles, en las que tenemos que incidir especialmente: una mirada prolongada a un punto concreto, nerviosismo en la manada, carreras inesperadas… Indicios de que cerca puede estar acechando el lobo.
– “Vosotros mirad hacia donde ven los ciervos” – nos dice Javier… De la misma forma que los graznidos de un córvido pueden ayudarnos a encontrar a un zorro, los agudos sentidos del ciervo pueden indicarnos la presencia del depredador. Lección que ponemos en práctica cuando advertimos alguna conducta extraña. Entretanto, asoman otras criaturas que despiertan nuestra insaciable curiosidad. Un corzo solitario, una piara de jabalíes que nos mantiene ocupados durante largos minutos, e incluso un raposo que cruza al trote un claro para asombro y deleite de todos.
Estos instantes de indudable emoción, estos instantes de contacto visual con la fauna serrana que le hacen a uno olvidarse por completo del reloj, no impiden sin embargo que empecemos a sentir con el paso de las horas una lógica sensación de cansancio. Pero nos basta con pensar en lo que está por llegar para reanudar, con más ganas si cabe, nuestra incansable labor. Ante la expectativa de divisar ⎼aunque sea una décima de segundo⎼ la silueta del signatus, nadie se plantea abandonar.
Creemos firmemente que nuestra paciencia se verá antes o después recompensada. Tenemos la moral alta, yo diría que por las nubes… Nadie dijo que fuera sencillo. El trabajo de campo es así, la naturaleza es así. Y estamos preparados para asumir que quizá nos vayamos de vacío, que habrá que esperar a una segunda oportunidad para cumplir nuestro sueño. Al fin y al cabo, no hay un guion establecido. En esa premisa reside la motivación necesaria para afrontar una larga mañana de espera. Ansiamos la meta, pero disfrutamos plenamente del camino que recorremos.
– “¡Creo que estoy viendo un lobo!” -, escucho mientras estoy sumido en estos pensamientos… De repente, el pulso se acelera y la euforia se desata. La euforia, el desconcierto, la alegría y porque no decirlo, la envidia sana. Todos esos sentimientos ⎼y muchos más⎼ se suceden en un corto lapso de tiempo. Alguien afirma haber visto un lobo caminando en una pista de tierra, auténticos corredores para el cánido, que aprovecha estas sendas artificiales para desplazarse con el mínimo gasto energético.
Tratando de recomponernos, nos ayudamos los unos a los otros para reubicar al animal, que se mueve como un fantasma. Conoce perfectamente cada palmo del terreno que pisa, y logra pasar fácilmente desapercibido. Buscamos referencias, pegados al ocular del telescopio y sin dejar de comunicarnos, de transmitirnos información relevante. La “batida” se intensifica y finalmente da sus frutos… No uno, sino dos fantásticos lobos colman nuestras ilusiones, y olvidan por un momento la cautela para regalarnos unas escenas que guardaremos para siempre en la memoria.
El encuentro es breve, más de lo que nos hubiera gustado, pero suficiente para apreciar algunos detalles, como la incidencia de la luz solar en el pelaje de los ejemplares y cómo esta puede transformar radicalmente el aspecto del mismo. Tonos que van desde el grisáceo al rojizo, pasando por toda una gama intermedia de colores. No es raro perder el rastro de los animales, apenas una sombra palpitante en la espesura, por lo que no podemos despistarnos si queremos seguirlos con la mirada. En esos casos, el auxilio de un compañero nos orientará una vez más.
Todavía incrédulos, nos felicitamos y celebramos ⎼eso sí, de manera contenida⎼ que hemos conseguido algo extraordinario. Éramos perfectamente conscientes de ello. Uno se pasa la vida fantaseando con ese primer “acercamiento” al legendario depredador. Uno nunca se imagina como va a reaccionar cuando tiene delante a uno de estos preciosos animales. No es una observación más, desde luego…
El avistamiento del lobo marca un punto y aparte en el desarrollo del programa previsto… Es el momento del brindis y la charla distendida en alguno de los establecimientos de la zona, una forma de impulsar la economía de los pueblos, que empiezan a ver en el lobo una oportunidad de negocio respetuosa con el paisaje y su gente. Sobre los sólidos cimientos de la educación ambiental y el turismo responsable se construye el amor a una tierra olvidada y abandonada a su suerte durante años.
Pero hay algo más a tener en cuenta, y es el empeño de Javier Talegón por hacer accesibles e inclusivas todas y cada una de sus actividades. Él se encarga personalmente de buscar y recomendar alojamientos adaptados para personas con discapacidad, así como de realizar las modificaciones que sean necesarias para que todos podamos disfrutar en igualdad de condiciones. Solo tengo palabras de agradecimiento por su buena disposición desde el inicio de nuestras conversaciones.
Con las pilas cargadas, ponemos rumbo al área recreativa en la cual llevaremos a cabo un taller de identificación de huellas y rastros. Cráneos, pelos, excrementos, cuernas y otros restos biológicos que nos van a permitir ahondar en la biología de diferentes especies de carnívoros y sus presas. Tampoco faltan elementos menos conocidos como las carrancas, los collares utilizados para proteger el cuello de los mastines de los colmillos del lobo. La comparativa en el tamaño del cráneo y la dentición de lobos y perros, la composición de las heces de lobo en función de su alimentación o la piel perfectamente conservada de un lobo joven fueron algunas de las curiosidades que captaron poderosamente mi atención… En definitiva, una experiencia que viene a complementar los conocimientos adquiridos en el campo y que confirman a Talegón como el excelente divulgador que es.
Para poner el broche de oro, vamos a internarnos en una de las pistas de la reserva natural… La idea es dar un corto paseo por los dominios del lobo. Para las personas con movilidad reducida, la Culebra tiene la ventaja de contar con multitud de caminos ⎼accesibles casi todos ellos⎼ por los cuales puede transitar sin mayor dificultad una silla de ruedas. El firme de tierra compactada y la escasa pendiente hacen de este un lugar cómodo para rodar, gracias a lo cual podría acompañar a mis compañeros durante la salida interpretativa. Con todo, Javier se preocupó con antelación de que la ruta no presentara ningún obstáculo para mí.
Bastaron unos pocos metros para hallar numerosas huellas de corzos, ciervos o jabalíes. Vimos excrementos de zorro y entendimos su papel vital como dispersor de semillas en el bosque. Hablamos de botánica, de usos tradicionales y de los pequeños habitantes del universo forestal. También de lobos, por supuesto. Impresiona pensar que por esos mismos senderos que atravesamos habrán pasado miles de veces los lobos que pretendíamos contemplar…
Nos llevamos a casa una visión completa, veraz y absolutamente transformadora del verdadero significado del lobo ibérico en la vida y la cultura de esta sierra. Ni las más de siete horas de intensa actividad, ni el tremendo madrugón ni las circunstancias meteorológicas suponen el más mínimo sacrificio cuando la calidad de la oferta ecoturística resulta tan sobresaliente. Quien prueba con Llobu a menudo repite. Por algo será… ¿no os parece?