Hide de carroñeras en la Montaña de Riaño
Parte de los valores faunísticos de la Montaña de Riaño pueden disfrutarse desde un hide. Emoción, infinidad de aves y enorme sorpresa la que nos esperaba aquella mañana en el interior del escondite en las inmediaciones de la localidad leonesa de Crémenes.
Cuando alguien sale a la naturaleza suele hacerlo en busca de momentos inolvidables conocedor, por otra parte, de que solo por el mero hecho de sumergirse en ella ya bien merece la pena. En el interior de un hide estos momentos están casi siempre garantizados. La sensación de emoción está asegurada y, como aquella mañana en el hide de carroñeras de Crémenes, momento inolvidable por privilegiado y diferente…
Cuando uno se mete en un hide sabe que va a pasar algo; algo diferente, inusual, extraordinario. Se siente espectador privilegiado con entrada de primera fila. Aquella mañana en este rincón del Parque Regional Montaña de Riaño y Mampodre (León) pudimos comprobarlo.
La mañana comenzó rara. En el cielo ya estaban sobrevolando el lugar un par de alimoches cuando el vehículo de apoyo aún no se había retirado. Era obvio que la cosa prometía acción rápida. Y en efecto el primero de los alimoches adultos no se hizo esperar y bajó con decisión. La misma decisión y rapidez con la que mirando hacia nuestra posición levantó el vuelo y marchó. Cinco minutos después estaba de nuevo en el suelo frente a nosotros. De nuevo miró hacia nuestra espalda, intranquilo, y marchó. La tercera vez vino en pareja. De nuevo la misma escena, con aparente nerviosismo mirando al cielo y nuestra espalda una y otra vez, levantaron el vuelo primero uno y a continuación el otro.
Algo estaba pasando, sin duda. ¿Por alguna razón habían detectado nuestra presencia en el interior del escondite? Algo muy improbable pues estos hides están perfectamente preparados para ver sin ser vistos. En cualquier caso algo ocurría, ¿quizá algún depredador cercano? ¿Quizá un águila real posada en algún lugar a nuestra espalda? La explicación a tal misterio no podía ser más natural y a la par ilustradora.
La siguiente vez que volvió uno de ellos, se posó a unos cinco metros de nosotros. Miraba al cielo buscando a su pareja mientras nos percatamos de que la posición del sol proyectaba la sombra de un par de siluetas sobre el suelo. ¿Pero no eran dos? De pronto, el otro alimoche adulto con un pollo se posaron en la parte derecha del terreno, al otro lado de la valla perimetral del recinto donde se ubica el hide. Rápidamente comprendimos que el extraño comportamiento de los adultos se debía a que estaban enseñando al pollo, probablemente en su primer vuelo fuera del nido, cómo bajar a comer. El pollo comenzó a chillar para llamar la atención del adulto que estaba frente a nosotros comiendo. Éste, impasible, no cedía ante el evidente nerviosismo del pollo y su continuo reclamo. Pasaron casi diez minutos de tira y aflora hasta que el pollo remontó el vuelo para posarse al otro lado de la vaya, en el lugar correcto. El otro adulto le siguió y los siguientes largos minutos fueron un festín en toda regla. Disfrutamos como enanos dentro del hide, conocedores de que habíamos sido y continuábamos siendo testigos del singular proceso natural de aprendizaje. ¿No queríamos momentos inolvidables?
El banquete de la familia de alimoches solo se vio interrumpido por decenas de siluetas que surgieron de pronto y descendieron con la misma celeridad, para dar buena cuenta, en aparente desorden y con agresividad, de los restos de carne. Alrededor de cuarenta buitres leonados terminaron en un abrir y cerrar de ojos con toda la comida. Se sucedieron las escenas de lucha por el alimento, los saltitos de un lugar a otro supervisando que no quedaba nada. El despliegue alar a modo de escudo para proteger el pedazo conseguido… ¿No queríamos momentos inolvidables? Pues toma dos tazas.
Aquella mañana salimos del hide de carroñeras con una sonrisa que no cabía en el rostro, presos de la adrenalina y deseosos de repetir sesión en cualquiera de los diferentes escondites que tiene la empresa Aveshide en Crémenes. Cuentan con una decena de ellos: varios de paseriformes (camachuelos, escribanos, zorzales, carboneros y herrerillos, arrendajos, etc.), otro de rapaces (ratonero y milano real), otro de mirlo acuático, otro de pájaros carpinteros (pico mediano, picapinos, torcecuello y picamaderos negro), incluso un segundo escondite de carroñeras con luz de tarde.
Tras los buenos ratos invertidos en el hide, todavía teníamos por delante toda la tarde y un par de días más para disfrutar en compañía de los guías del Centro de Observación de la Naturaleza Montaña de Riaño. ¿El menú? Observación de lobo ibérico, gato montés, berrea del ciervo, rebecos, bosques otoñales… cada época del año con su particular despliegue de encantos donde lo complicado es elegir.