Arte

El Flysch de la Costa Vasca

21/12/2021 Autor: José Arcas

Terminamos esta trilogía dedicada a Euskadi con nuestra visita a una formación geológica peculiar, el flysch. Como parte integrante del geoparque de la Costa Vasca, entre las localidades de Deba y Zumaia, la llamada ruta del Flysch, recorre unos serpenteantes 14 kilómetros en los que la costa desnuda nos deja ver y disfrutar de este llamativo fenómeno geológico. Para El Ecoturista se trata de una parada obligatoria si queremos pintar algo diferente, algo que a primera vista nos va a dejar con la boca abierta. Con tal fin, nos dirigimos a la llamada Rasa de Sakoneta y también nos asomaremos al mirador de Algorri, en Zumaia.

Por motivos meramente logísticos, decidí dirigirme al punto de la ruta que tiene mayor atractivo pictórico y que además no presenta demasiadas dificultades de acceso, se trata de la rasa mareal de Sakoneta. En la cala del mismo nombre y con la bajamar -dato importante a tener en cuenta- podemos disfrutar de este fenómeno geológico en todo su esplendor.

¿Cómo llegar al flysch? Pues muy fácil, tenemos que llegar primero al Restaurante Casa rural Errota Berri, una casa que dispone de parking en el que debemos dejar nuestro coche para caminar después unos 15 minutos.

Dejando el parking atrás, debemos tomar un sendero cuyo inicio está señalizado y que está nada más pasar la casa rural. Atravesaremos un pequeño bosquete y unos prados hasta llegar a una especie de cruce de caminos.

Señal indicando la dirección a seguir.

Yo tuve la suerte de encontrarme, en un prado de camino al flysch, unos caballos que me recordaron por tamaño y alguna característica más de pelaje y color, a los caballos salvajes gallegos o garranos. Hice una pequeña parada para observarlos, hacerles fotos y tomar algún apunte rápido (no quería llegar tarde a mi cita con la bajamar).

Tomando apuntes de caballos.

Una vez llegados al cruce de caminos, podemos coger primero a la derecha, hacia el mirador, donde se ve parte del flysch.

Después descenderemos durante cinco minutos hasta llegar al nivel del mar donde se encuentra lo que para mí fue uno de los paisajes costeros más alucinantes que he visto en mi vida. A un lado la campiña salpicada con arbustos de espino blanco (Crataegus monogyna) a reventar de frutos y numerosas especies de aves que se alimentan de ellos.

Detalle de una rama de Espino blanco y sus frutos.

La verdad es que la primera impresión y en este punto vuelvo a insistir en la necesidad de ir con la marea baja, fue brutal.

Vista del flysch desde el mar hacia la costa.

A medida que descendemos desde el mirador, vas por un camino flanqueado por vegetación que te impide ver el mar, solo puedes ir observando los prados que tienes a tu izquierda. Pero cuando llegas abajo y de repente giras la cabeza hacia el mar, te quedas inmóvil porque no das crédito a lo que tienes delante. Una explanada de roca dispuesta en estratos paralelos semeja la espalda de algún animal prehistórico que intenta, a lo lejos, meterse en el mar. De hecho, con la llegada de la pleamar, este gigante de roca se mete de lleno en el Cantábrico para acabar desapareciendo como si allí no hubiese ocurrido nada. Cientos de hileras de afiladas rocas se muestran ante nosotros en el suelo que pisamos y en las paredes verticales que nos rodean.

Los colores del flysch son espectaculares, hipnóticos, que cambian según incide la luz en ellos y según las sombras de unos salientes se proyectan sobre otros.

Vista del flysch.

Veo colores cálidos como ocres y amarillos que contrastan fuertemente con fríos azules y violetas, salpicados por manchas verdes de una vegetación valiente que se aferra al pobre sustrato que se deposita sobre alguna repisa.

Tomando apuntes del flysch.

La gente, arriba en la coronilla del flysch, se ve diminuta, casi imperceptible, a no ser que se mueva.

El paisaje es espectacular.

Dejo Sakoneta y pongo rumbo a Zumaia, un pueblo costero cercano y desde el que podemos disfrutar de una de las más bellas estampas de la costa vasca.

Después de dejar el coche en el centro de Zumaia, me dirijo a la Ermita de San Telmo, una pequeña iglesia renacentista que marca el inicio de un sendero colgado sobre el mar desde unos acantilados de inigualable belleza. Este camino es corto, de unos doscientos metros, que acaba descendiendo por la parte distal del acantilado y conectándose con otro más pendiente que viene de recorrer la costa hacia la localidad de Deba.

Ermita de San Telmo.

Según comenzamos el sendero, dejando la ermita detrás, a la derecha tenemos una vista espectacular de la playa de Itzurun, encajonada y rodeada de enormes placas de roca que conforman el flysch. Este punto me pareció perfecto para detenerme un rato y tratar de hacer algún apunte de las personas que paseaban por la playa en un día soleado de invierno.

Paseante por la playa de Itzurun.

Ya como comentario final decir que cualquier punto de la costa vasca es espectacular para llenar nuestro cuaderno de campo de apuntes y dibujos. En esta ocasión elegimos este fragmento de la costa sintiéndonos atraídos por la espectacularidad del flysch de este geoparque pero repito, la costa de Euskadi es tan fascinante que eligiendo cualquier punto al azar sobre un mapa, acertaríamos seguro.

Panorámica del flysch desde la ermita de San Telmo.
Huella de tejón.

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