Arte

Hide de Elai Etxea (Saitoki)

28/11/2021 Autor: José Arcas

Para ilustrar -nunca mejor dicho- lo que debe ser un hide ejemplar, nos hemos acercado hasta la localidad de Pobes, en Álava. Allí pasamos una mañana, dentro de uno de los hides que gestiona Casa Rural & Hides Elai Etxea, para realizar este reportaje que forma parte de la serie dedicada a pintar en Euskadi, y que en esta ocasión está centrado en el águila real, aunque no fue la única especie que nos visitó…

De un tiempo a esta parte, el número de empresas que ofrecen hides o escondites habilitados para fotografiar fauna salvaje como producto estrella de su carta de servicios han proliferado como las setas en otoño. La oferta es casi infinita, desde empresas que solo ofrecen este tipo de actividad a otras que, centradas en el sector de la hostelería, ofrecen a sus clientes estos productos como un valor añadido. Como ecoturistas, debemos saber elegir qué tipo de aguardos son los que más nos convienen ya no solo para sacar buenos apuntes de dibujo o llevarnos buenas fotografías, sino saber identificar aquellos que son respetuosos con el entorno. Recordad que, en esto de los hides, no todo vale.

Este hide, gestionado por Joseba Markinez a través de su empresa Casa Rural & Hides Elai Etxea, es conocido en el mundillo de la fotografía de la naturaleza porque a él acude una pareja de águilas reales, Aquila chrysaetos y, en numerosas ocasiones, lo hace acompañados de su prole.

Es un hide hecho de madera, habilitado para estar dentro dos personas cómodamente, sin estorbarse. En la parte frontal, un cristal espía permite observar sin ser observado permitiéndote a la vez, total libertad de movimientos en el interior.

Son las 8:30 de la mañana, pero no hace demasiado frío a pesar de que estamos en octubre. Quedé con Joseba en Pobes, cerca de la casa rural que regenta. Tras hacer trasvase de coches nos dirigimos montaña arriba por una serie de pistas de difícil acceso. Después de una media hora de viaje, llegamos a un remonte desde el que se divisa todo el valle y en el que es fácil imaginarse a las águilas reales volando y escudriñando sus territorios.

La luz es espectacular y la emoción flota en el aire, esa emoción de saber que, en cuestión de minutos, vas a tener delante de ti varios ejemplares de una de las especies más emblemáticas de la avifauna ibérica.

Uno de los hides disponibles en Casa Rural & Hides Elai Etxea.

Yo, estático, me limito a ver las idas y venidas de mi guía Joseba, que se muestra ansioso para que todo salga bien y es que, además, se ve que es una persona detallista porque se mueve y prepara todo hasta el último pormenor. Mientras lo hace, me susurra que vaya entrando en el hide y que me acomode. Me indica que él se va a un alto que se encuentra a pocos kilómetros de donde yo me encuentro para vigilar los movimientos de nuestras protagonistas emplumadas y que, a través del teléfono móvil, será mis ojos fuera de mi escondite.

Vista desde el interior del hide.

En este punto debo decir que, mientras ascendíamos montaña arriba, hablábamos sobre el uso y abuso de este tipo de artilugios para hacer fotos a la fauna y que me preocupaba que los animales salvajes pudiesen llegar a acostumbrarse y a depender del aprovisionamiento artificial de alimento. Joseba me comenta que no las alimenta de forma regular, justamente para evitar eso, la dependencia. Me comenta que ellas son capaces de valerse por sí mismas, algo que más tarde pude comprobar in situ.

alt="Herrerillo común"
Herrerillo común.

Me encuentro sentado en una cómoda silla de youtuber con la cámara montada en el trípode para inmortalizar tan esperada visita, mis artilugios de dibujo también a mano. Por cierto, no suelo pintar dentro de los hides convencionales de tela por una sencilla razón, dentro no se ve nada de nada. Algunos escondites que se utilizan normalmente para fotografía de naturaleza son de tela, montada sobre un esqueleto de varillas y con el que puedes observar a las aves a través de unas minúsculas ventanillas por lo que observar hacia el exterior, intentar ver y enfocar el cuaderno y pintar algo acaba por ser bastante frustrante. En este caso la cosa era bien distinta, había un enorme ventanal y no necesitaba nada más, ni siquiera un telescopio. Perfecto.

Zorzal charlo.
Pito real atento a los movimientos de las águilas reales.

Dándole tiempo a sus reales majestades para que se dignasen a hacerme una visita, pude disfrutar de un montón de visitas más. Me vinieron a ver, ya desde que Joseba se fue, un peleón Petirrojo (Erithacus rubecula), que se afanaba en expulsar a todos los pajarillos que llegaban por doquier a su pequeña parcela. Numerosos páridos también tuvieron tiempo para acercarse a mi ventana, carboneros y herrerillos comunes y también algún garrapinos trataban de volver loco al pobre petirrojo. También se dejaron ver pinzones vulgares (Fringilla coelebs), zorzales charlos (Turdus viscivorus), y mirlos comunes (Turdus merula). Un Pito real (Picus viridis), se pasó por allí también, aunque su visita fue algo corta. Pude sacar algunos trazos de mi lápiz de algunos de estos pequeños visitantes.

Apuntes a lápiz del Petirrojo.
Bocetos rápidos de algunos paseriformes.

Sigo sentado en mi cómodo sillón cuando, de repente, mi móvil vibra.

  • Es Joseba, me escribe: “¡¡Las veo!!”
  • Le contesto: ¡¡Qué nervios!! ¿Dónde?
  • Joseba: ¡¡El macho!! Oigo un joven que quiere arrancar. ¡Buena pinta la sesión!
  • ¡¡Ahora la hembra!!

Pienso ¡Por Dios! No veo nada y sé que están ahí, sujeto con firmeza mi cámara de fotos y cual camaleón, enfoco un ojo a través de la cámara y el otro a través de la ventana.

Águila real aproximándose al hide.

Justo en un abrir y cerrar de ojos aterriza un ejemplar que, a juzgar por tamaño y plumaje, parece un macho adulto que se planta a diez metros de mí y que, nada más aterrizar, comienza a comer. A la vez que él empieza a dar buena cuenta de la comida que le ha puesto mi colega Joseba, yo disparo mi cámara como si no hubiese un mañana y como si me pagasen un euro por foto. La real ni se inmuta.

Macho de Águila real imponiendo su presencia.

De repente y como si alguien tirase un saco de patatas de 20 kilos desde un helicóptero, aterriza otra real, pero esta vez se trata de un ejemplar que bien podría decidir empezar a comerse al macho (a su lado ahora, es machito) en cualquier momento. Joseba me informa, vía móvil, que se trata de un macho juvenil, lo cual choca con mi creencia de que en el mundo de las rapaces los machos son pequeños y las hembras grandes. Me explica que a ese individuo le hicieron análisis genéticos cuando era pollo y determinaron que era un macho enorme de Águila real. Pues vale, el susodicho juvenil se plantó encima de un trozo de comida, abrió las alas y disponiéndolas en forma de sombrilla, comenzó a pregonar a los cuatro vientos que aquel minúsculo trozo de carne era suyo y de nadie más.

Joven de Águila real reclamando lo que es suyo.

Por si fuera poco, al cabo de un rato, aterrizó en el improvisado aeropuerto de Saitoki, una preciosa hembra adulta que se dedicó a reñir a su vástago y a indicarle que, aquello que se estaba comiendo estaba muy bien, pero que más abajo y por lo que Joseba pudo ver, le esperaba una fresca Codorniz (Coturnix coturnix), que no debía desdeñar. La visita de la madre duró poco, la del macho adulto un poco más. El corpulento juvenil se quedó un buen rato, lo que me permitió aprovechar para hacer algunos apuntes a lápiz.

Apuntes del joven de Águila Real desde el hide.

La escena de las tres poderosas águilas coronando la montaña, imponiendo su presencia, unido a los displays de comportamiento entre individuos de la misma familia y la luz reflejada en sus plumajes de mil colores, hicieron que permaneciese hipnotizado. Son de esas pocas ocasiones que no sabes si hacer fotos, pintar o simplemente dejarlo todo y disfrutar del espectáculo, de un auténtico documental en vivo y riguroso directo.

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