Experiencias

Aves de la alta montaña cantábrica

05/01/2022 Autor: Alfonso Polvorinos
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Situación

León

En la alta montaña de Riaño, al llegar la época reproductora, varias especies de aves regresan a sus territorios de cría para ofrecer unos meses de observación y fotografía espectaculares para el amante de estas pequeñas y coloridas aves. El pechiazul, el roquero rojo o el mirlo capiblanco están entre las más anheladas.

alt="roquero rojo"
Roquero rojo

Cuando llegamos a la entrada del valle, el día empieza a clarear. Aún no ha despuntado el sol, pero no hay rastro de nubes en el cielo. Debe quedar muy poco para que los primeros rayos del nuevo día iluminen de rosa y naranja las puntas de las imponentes cumbres de esta zona de la Montaña de Riaño cuando comenzamos a ascender por la pista de acceso restringido con la comodidad y exclusividad que otorga el poder transitar por aquí gracias a la pertinente autorización de la empresa local. Autorización por partida doble (del parque regional Montaña de Riaño y Mampodre y de la junta vecinal), que conlleva una contribución recíproca de la empresa local hacia la conservación de la naturaleza del espacio protegido y con un donativo a la junta vecinal para beneficio de la población local.

Todavía el fondo del valle sigue en gélida penumbra y las siluetas de las cimas, ahora sí, empiezan a iluminarse. Es complicado describir la sensación de seguir abriéndonos paso para descubrir la naturaleza que parece mostrarse casi por primera vez, oculta por un telón que se acaba de levantar. Sensaciones únicas de quien se sabe privilegiado por tener para mi solito -y Bernardo, el magnífico guía del Centro de Observación de la Naturaleza Montaña de Riaño y Aveshide Crémenes– este virginal paisaje.

Paisajes así magnifican la experiencia fotográfica.

Un águila real, posada en uno de sus oteaderos predilectos, nos recibe al poco de penetrar en su valle. A medida que ganamos altura, las praderas subalpinas cobran protagonismo. Un bando de perdices cruza la pista a la carrera y, al fondo, un grupito de ciervos se abre paso entre el piornal y el retamar. Lo que al principio apenas se intuía, ahora mi mente alcanza a comprender las dimensiones de este valle glaciar de manual. El paisaje hace rato que se ha abierto, sin esconderse, mostrándome su insultante belleza. La nieve que cubre las paredes rocosas también es protagonista ya en la pista y comienza a envolver el matorral que tapiza estas praderas. Al llegar a los 1.800-1.900 metros de altitud, cuando todo hace pensar que tocaría bajarse del vehículo para seguir a pie, Bernardo me confirma que ya hemos llegado. Estamos en territorio comanche.

El día no podía lucir mejor. Mañana fresca de limpio cielo azul y laderas de un blanco cegador. El escenario, inmejorable.

Unos jóvenes ciervos corren por las partes altas del valle.

Me apetecía enormemente la experiencia, especialmente la de contemplar al pechiazul, mi favorita entre las aves subalpinas. Me encanta este pajarillo cantor. El más colorido de nuestros ruiseñores llega a estos territorios reproductores avanzada la primavera y permanece aquí entre mayo y julio realizando vuelos rastreros entre el matorral bajo. Es el mejor momento para poder observar a este esquivo pajarillo pues de tanto en tanto, en su movimiento incesante, le gusta encaramarse en lo alto de una retama o de una piedra elevada para cantar. Es ahí, durante el reclamo, cuando alza su cola y luce su pecho de intenso color azul iridiscente, a veces engalanado con una medalla roja o blanca en la garganta. Por su escasez y belleza es sin duda una de las aves más buscadas en la montaña.

Pechiazul sobre una escoba.
Pechiazul macho durante el reclamo.

Bernardo me preguntó si prefería intentarlo primero en zona de retamas o en zona rocosa. Mi cara de satisfacción denotaba que mejor en las dos… y así fue, parapetado en el hide de tela solo faltaba que las aves hicieran acto de presencia. Una de las ventajas de este tipo de hide, ligero y móvil, es poder elegir el fondo y la orientación según la luz a gusto del consumidor y de forma ágil. Y de eso se trata, de poder cambiar de ubicación con celeridad para intentar observar cuantas más especies mejor. La experiencia de Aveshide, que conocen a la perfección las localizaciones de la zona, lo hace todavía más cómodo y productivo.

Alfonso Polvorinos durante la realización del reportaje.

Los actores hicieron bien su trabajo. Es más, ¡se portaron de maravilla! Primero aquí, luego allá, ahora sobre la retama, luego encima de una roca, con fondo de nieve, sin nieve, directamente sobre la nieve… Los disparos de mi cámara fueron en consonancia con la entrega de los modelos y el buen rato que pasé agazapado en el hide se me pasó, literalmente, volando.

Macho de tarabilla.

Por delante de mis ojos desfilaron tarabillas, collalbas grises, bisbitas alpinos, pechiazules e incluso un colorido roquero rojo que posó con gusto. Otras especies habituales son el escribano montesino y el acentor común. Algunas temporadas bisbita campestre. Durante la espera en el escondite es frecuente ver algún bando de fringílidos en paso migratorio.

Acentor común.

La espera en el hide no puede ser más entretenida con el ir y venir de las aves; me entretengo en intentar diferenciar el canto de la collalba gris del de la tarabilla, al que se parece bastante. También a comprobar cómo el aspecto y comportamiento del roquero rojo está a caballo entre el de un zorzal y un colirrojo. He de decir que no contaba con ver al roquero rojo, pletórico en su plumaje estival -Pantone puro de colores cálidos y fríos- al que he de agradecer su llegada temprana a la zona.

alt="bisbita alpino"
Bisbita alpino.
Roquero rojo con plumaje estival sobre la nieve cantábrica.

De despedida nos acercamos a otra localización próxima, apenas a 300 metros de donde tenía ubicado el hide, en busca del mirlo capiblanco. Otro de los codiciados. Más común en Pirineos pero escasito, escasito, escasito, en la cordillera Cantábrica. De hecho, esta es la principal zona de la montaña cantábrica donde está presente en época reproductora. Para completar una mañana redonda, no faltó a la cita.

Hembra de mirlo capiblanco.

Con el alma renovada y la tarjeta llena, regresamos por la pista valle abajo con una sonrisa de oreja a oreja. Sí, la naturaleza cura. Los baños de bosque están muy bien, pero los baños fotográficos de monte y los beneficios a la salud que produce la observación de aves no le van a la zaga…

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