Cortejo de avutardas en las lagunas de Villafáfila
Observar el cortejo más fascinante de las aves ibéricas desde la comodidad de un hide depara momentos únicos. Y ningún lugar mejor que la Reserva Natural de las lagunas de Villafáfila, el hogar de la mayor población mundial de avutarda, para hacerlo.
Las lagunas de Villafáfila son el humedal más importante de Castilla y León. Parada indispensable para muchas especies de aves en su ruta migratoria o destino final durante algunos meses para algunas de ellas. Aves ligadas al medio acuático y también al medio estepárico, pues alrededor de estas lagunas salinas, los campos de cultivo de secano son el hogar de especies tan importantes como la avutarda común, el sisón o el aguilucho cenizo. En el caso de la avutarda, Castilla y León acoge aproximadamente el 30% de la población mundial de esta especie y aquí vive la mayor colonia, formada por 2.592 aves; buena parte de las casi 6.000 avutardas censadas en la provincia de Zamora en 2019. Las avutardas de la Reserva Natural de las lagunas de Villafáfila suponen el 17’2% de la población de Castilla y León y representa la densidad más alta registrada en todas las ZEPAS de la región.
Pocos lugares más idóneos pues para la observación de avutardas. Y nada mejor que intentar verlas desde un hide. Estos escondites de observación de fauna, principalmente destinados a la fotografía, son una manera ideal para fundirse con el paisaje e integrarse en el ambiente estepárico en el que viven las avutardas. Tratar de observar en el medio natural esteparias -el grupo de aves más amenazado del continente europeo-, es siempre delicado, por lo que realizar un turismo de observación responsable es fundamental, y en época reproductora, aún mucho más imprescindible. Lo más recomendable para tener éxito es hacer al menos un par de sesiones de aguardo en el hide. Y allí fuimos. Lo que ocurrió, os lo describo a continuación. (Y también lo podéis disfrutar en 4K en este vídeo).
Jornada en el hide de observación
“Son las tres de la tarde y aunque estamos a mediados de abril, el sol calienta con fuerza. Nos dirigimos a uno de los hides que la empresa Náyade Nature tiene en la reserva natural. A la derecha del camino de acceso una silueta oscura se confunde con la tierra labrada. Detenemos el vehículo para comprobar que se trata de un ejemplar de lechuza campestre que, a plena luz del día, nos mira con los penetrantes ojos amarillos que destacan en su disco facial. Encontrar y poder ver a esta enorme rapaz nocturna de plumaje marrón y blanco a esta hora del día es sin duda un buen presagio.
Carlos Sánchez, gerente de la empresa, ya nos advierte que las primeras 2-3 horas serán de poca actividad.
-Cuando os deje en el hide y me marche, hay que dejar que la zona se asiente, -nos dice Carlos.
Una vez dentro, nos situamos y comenzamos a familiarizarnos con el entorno del que vamos a formar parte durante las próximas seis horas. Un macho de aguilucho cenizo y una pareja de laguneros patrulla la zona. Alguna collalba gris nos visita de vez en cuando y entre las hierbas cuesta distinguir a las alondras. Poco movimiento aunque sin duda interesante. El sol sigue sacando músculo y es preciso dejar que transcurran esas primeras horas de la tarde.
Cuando el calor empieza a aflojar el escenario se llena de actores. Lo hacen poco a poco y con la nitidez, cada vez mayor, que la reverberación de las altas temperaturas se encargaba de empañar hasta este momento. Siguen volando aguiluchos, alondras o collalbas, que ahora se aprecian mejor, pero los artistas principales comienzan a asomar entre bastidores. Las grandes aves esteparias, que llevan echadas descansando entre el cereal buena parte del día, se van activando y en el mar de trigo y cebada comienzan a observarse bolas blancas. Son los machos adultos de avutarda que empiezan a relucir como faros entre el cereal. Es divertido empezar a otear el horizonte en busca de estas señales blancas. A veces solitarias, a menudo acompañada de hembras y jóvenes que, no muy lejos, se mueven lentamente alimentándose en los campos de cultivo. A éstas cuesta más distinguirlas a simple vista.
Va cayendo la tarde y la actividad se eleva. Comienzan a volar entre los campos y, mientras juego a distinguir bolas de pluma blanca, una avutarda viene volando a baja altura directamente hacia el hide con la intención de posarse en un campo de alfalfa cercano. Y lo hace. Es un macho de gran porte. Esbelto, poderoso. Parece mentira que pueda volar con ese tamaño. Poder hacerlo, con casi 18 kilogramos de peso, es un auténtico desafío a la ley de la Gravedad.
Ruedas de avutardas
Tras pasar unos minutos alimentándose comienza a caminar hacia el escondite. A medida que se aproxima se pueden apreciar no solo las largas barbas (que le dan el apelativo de barbones) sino casi cada mota del plumaje. El patrón del color en el plumaje es un diseño perfecto. Tonos naranjas, pardos y ocres con moteado lineal negro destacan sobre las partes blancas del cuerpo (zona ventral y parte del cuello) y el gris de la cabeza a la par que lo confunden con el entorno. La avutarda avanza con un caminar que engaña. Aparentemente tranquilo, sus zancadas le permiten avanzar deprisa y en unos instantes se planta frente al hide. Justo cuando aterrizan un par de aves más. Se dirige hacia una mancha de vegetación verde que oculta a la vista lo que intuyo debe ser un canal de agua. Debe tratarse de una pequeña acumulación estacional más bien. Sea como fuere, al ave le proporciona agua y a mí la oportunidad de contemplarla y fotografiarla a placer. Y como con energías renovadas después de aliviar su sed, comienza con el display. Este majestuoso movimiento nupcial, conocido como “rueda”, es el baile más espectacular de la naturaleza ibérica. Cual hembra de avutarda me siento absolutamente hechizado. He visto ruedas de avutarda otras veces y en más lugares, pero nunca con la proximidad que permite el hide. Bendito escondite.
Finalizado el ritual, el barbón se dirige de nuevo hacia el campo de alfalfa donde se encuentran los dos machos recién llegados. Acompañándole en su caminar reparo en un bando de congéneres que se encuentra al fondo del campo de alfalfa. Han llegado mientras yo sucumbía atónito y embrujado ante el display. El display es el patrón de conducta que, en aves polígamas como la avutarda, el macho realiza para atraer y reunir hembras en sus áreas o leks poligínicos. Y mi protagonista debe hacerlo muy bien pues el grupo de avutardas son 16 hembras y jóvenes. Sin duda es un seductor nato. Su siguiente objetivo será el cortejo o la actividad para atraer pareja. Pero claro, exactamente lo mismo piensan los otros dos machos, que se reúnen en este lek con igual propósito.
En lontananza se observan más faros entre el cultivo, así que lo que tengo frente a mis ojos debe estar repitiéndose en otras parcelas de terreno adyacentes. Algo más atrás, junto a una paca de paja, otro macho solitario lleva un rato con su display. Su silueta blanca redondeada destaca en el bello lienzo formado por los verdes campos de la llanura y la suave ladera que tiene como telón de fondo. Una ladera mecida por las olas herbáceas que se forman con la ligera brisa soplando sobre los millones de tallos del cereal.
Sorpresa final
Más escasos y con un mimetismo más perfeccionado si cabe, tenemos la suerte de observar un pequeño bando de sisones. Son cuatro hembras, que se acercan a beber al canal. Lo hacen de dos en dos, y enseguida se pierden con celeridad entre la alfalfa, que llega a ocultarlas por completo. ¡Qué complicado resulta ver a estas aves! Por su drástico descenso poblacional y porque, en el caso de las hembras, enseguida se esfumarán de la vida social ocupadas con la puesta y más tarde en los pollos. Estos días si se pueden observar (aunque no es sencillo) pero en breve desaparecerán como si se las tragara la tierra.
Al macho de sisón se le escucha cantar pero no alcanzamos a verle. Las horas finales del día, que se despide con un bello atardecer, pasan rápidamente. La luz de los últimos momentos resulta fantástica y resalta la calidez de los colores del plumaje de las avutardas. El reclamo del sisón acompaña la despedida del día. Seguimos concentrados sin éxito en localizarle. Con el sol ya oculto, en un ambiente en el que los tonos previos a la oscuridad se vuelven azules aparece entre la alfalfa el macho de sisón. Qué belleza. La falta de luz convierte a la foto en movido recuerdo así que mejor disfrutarlo directamente, solo con la óptica de los prismáticos. Colofón insuperable.