Experiencias

Ecoturismo Accesible. Somiedo

05/12/2023 Autor: Manuel Sobrino
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Situación

Asturias

Somiedo: la sola mención de este paraíso asturiano evoca imágenes de la naturaleza más pura y genuina. La resonancia de su nombre tiene su eco en las altas cumbres del parque, paredes verticales de roca que guardan celosamente los secretos de sus habitantes más buscados, como el oso, el lobo o el escaso urogallo. Forman parte de ese 40% de suelo restringido, zonificación mediante la cual se intenta proteger adecuadamente la selecta biodiversidad de este espacio protegido, declarado Parque Natural en 1988 y Reserva de la Biosfera en el año 2000. Todo es poco para salvaguardar una de las mayores joyas de la Cordillera Cantábrica.

Pocos lugares han provocado en mí una resaca emocional tan profunda como Somiedo. Han pasado casi tres meses desde que visité el concejo – en el cual se engloban sus 29.121 ha. de superficie – y aún recuerdo con nitidez la honda impresión que me causó la visión de sus imponentes cimas. Es lo primero que atrae la atención al meterse de lleno en el corazón del parque. Después, los pueblos situados a media ladera o en los valles, despiertan en uno la imperiosa necesidad de explorar cada rincón de estas montañas.

El autor rodando por la senda accesible de Pola de Somiedo.

Para ser sincero, no tenía muchas expectativas puestas en poder disfrutar plenamente del viaje. Mi experiencia en zonas de montaña me dice que estos parajes siguen siendo en su mayoría terreno vetado para personas con movilidad reducida. Y no es que tenga yo tanta veteranía en esto de rodar en sierras o macizos montañosos, pero por una cuestión de lógica aplastante, de orografía y desniveles imposibles, intuía que no iba a ser nada fácil acceder a algunos puntos, que suelen ser los más interesantes a nivel paisajístico. Y para muestra, un dato: trece de sus picos superan la nada despreciable cota de los 2.000 m. de altitud…

Cabana de teito.

Precisamente por su necesaria condición de reserva ecológica, se viene realizando en los últimos años un gran esfuerzo por parte de la gerencia del parque con el fin de mejorar la accesibilidad, tarea nada sencilla – como he comentado – en un entorno de relieve tan accidentado como el de Somiedo. Para comprobar de primera mano los avances conquistados en este sentido, así como conocer nuevas actuaciones proyectadas, tuve el honor de ser invitado por Luís Fernando Alonso – Director del Parque Natural de Somiedo – a pasar unos días recorriendo los lugares imprescindibles en una primera toma de contacto.

Complejos procesos geológicos han modelado el paisaje de Somiedo.

Para ello me alojé en los apartamentos Auriz, casitas con encanto cuyas plantas inferiores están bien acondicionadas para personas con discapacidad. Situado en la parroquia de Pola de Somiedo, en pleno epicentro del parque natural, junto al río que le da nombre y al lado de una conocida senda accesible, su privilegiada ubicación convierte a este complejo de turismo rural en un emplazamiento ideal desde el que dar el pistoletazo de salida a nuestra aventura. Y digo “nuestra”, porque no estaba solo en este apasionante viaje. Me acompañaba Leire, mi chica, que sería la encargada de documentar cada paso que daba y tomar algunas de las fotografías incluidas en este reportaje.

Senda accesible a La Pola

Como plan inicial, aprovechando la proximidad de la senda accesible a La Pola, optamos por acercarnos al pueblo para realizar esta pequeña ruta que discurre junto al río Somiedo y que no supera los 2 km. de distancia. Un paseo sencillo que por su escasa pendiente es apto para todos los públicos, desde familias con niños y carritos de bebé, hasta personas en silla de ruedas o con algún tipo de discapacidad sensorial. El itinerario atraviesa una espectacular garganta pétrea tapizada de un espeso manto verde de robles, fresnos, avellanos y encinas que te envuelve en una sensación indescriptible y que poco tiene que envidiar a las grandes rutas de montaña señalizadas a lo largo y ancho del parque natural.

La senda accesible es un buen lugar para avistar buitres y otras especies de aves.

De hecho, la senda cuenta con dos miradores – el primero de los cuales, el mirador del río Aguino, es perfectamente accesible – con increíbles panorámicas a las peñas de la vertiente opuesta, sobre las cuales se detecta con facilidad la silueta del buitre leonado, que busca en las oquedades de roca un lugar donde cobijarse. Con suerte veremos ardillas, multitud de insectos y pajarillos cuyos cantos podemos jugar a identificar en el intrincado y laberíntico dosel forestal. Tampoco es descartable la observación del rey del bosque, el oso pardo, un fantasma impredecible que puede aparecer en cualquier momento. Un minucioso barrido con mis prismáticos fue más que suficiente para convencerme de que el avistamiento del mítico plantígrado tendría que esperar un poco más…

 

Fue bonito ver a hombres y mujeres de avanzada edad caminando tranquilamente por la senda, o sentados en alguno de los bancos habilitados durante el recorrido. Paneles informativos en braille permiten también a las personas ciegas interpretar aspectos relativos a la fauna y flora que de otro modo no podrían percibir. Y es que aquí, el “no dejar a nadie atrás”, más que un manido eslogan, es una realidad palpable. Pronto la pista asfaltada da paso a un camino de tierra que marca el final de la senda accesible. Aún así, pude completar unos 200 metros más antes de afrontar el duro ascenso que conduce al Desfiladero de la Malva, donde me di definitivamente por vencido. Tras un breve descanso, emprendimos el regreso a Pola de Somiedo por donde habíamos venido, con el deseo de seguir empapándonos de estos extraordinarios paisajes.

 

En el pueblo también se encuentra el Centro de Recepción e Interpretación del Parque Natural de Somiedo. Un moderno edificio, totalmente adaptado, en cuyo interior se introduce al visitante a través de diversos soportes divulgativos en algunas cuestiones relativas al territorio: geología, vegetación, flora, fauna y patrimonio etnográfico, entre otras. Además, el amable personal de recepción me informó sobre la posibilidad de obtener un permiso especial para acceder con vehículo propio – o proporcionado por el parque – a zonas complicadas como los Lagos de Saliencia. Permiso que se puede obtener en las oficinas del centro o contactando por teléfono con suficiente antelación.

 

He de confesar que tenía algo de prisa. Diría que me invadía cierta ansiedad por acudir a alguno de los miradores destinados a la observación del oso pardo. El más famoso, sin duda, el de la parroquia de Gúa, del que tenía buenas referencias. No quería perder ni un segundo. Así pues, no dudamos en dirigirnos hasta allí antes del anochecer. No puedo dejar de comentar el enorme placer que supone circular por estas carreteras, flanqueadas a ambos lados por cortados rocosos que te dejan sin aliento… En menos de diez minutos en coche desde Pola se llega al lugar convenido, a Gúa, donde un cartel indica la prohibición expresa de estacionar en el pueblo para evitar molestias a los vecinos. Dicha restricción no afecta a las personas con movilidad reducida, que disponemos de una plaza de aparcamiento reservada junto a la iglesia de Santa Maria, único vestigio de un antiguo monasterio que data de la Edad Media.

Grupo de observadores en el mirador de Gúa.

Punto de Observación de Fauna accesible en Gúa

Todavía recuerdo la cara de asombro que se nos quedó a Leire y a mí nada más acceder con nuestro vehículo entre las primeras casas. Alrededor de un centenar de personas “armadas” con prismáticos y potentes teleobjetivos aguardaban pacientemente la salida del oso. No pudimos evitar sentirnos un poco intimidados al encontrarnos de frente con semejante gentío, algo que nos cogió por sorpresa. Desde el aparcamiento al observatorio – un espacioso terreno con vistas a la montaña – hay que salvar un pequeño repecho, para lo cual se hace necesaria la ayuda de una mano amiga. Una vez allí, el firme de cemento permite moverse con total libertad por la zona baja, equipada con mesas y una caseta de madera para los días de lluvia.

 

Reinaba un respetuoso silencio, solo interrumpido por el lógico murmullo de las conversaciones, entre amigos, familiares o grupos de visitantes guiados por empresas especializadas. Rápidamente cogimos posiciones y nos dispusimos a hacer lo mismo que todas aquellas personas, escudriñar centímetro a centímetro cada recoveco de la montaña que teníamos delante. Era como buscar una aguja en un pajar, pensábamos nosotros, un poco sobrepasados por la situación… Por fortuna, decenas de ojos ven más que dos, y el compañerismo es uno de los preceptos y leyes no escritas en el “decálogo de buenas prácticas” del observador de fauna.

Paisajes naturales y humanizados conviven en armonía.

Entretanto, otras especies colmaban nuestras expectativas, como un grupo de rebecos que pastaban tranquilamente, y que de alguna forma nos entrenaban en la localización de animales amparados en la inmensidad de su medio. Había que guiarse por los elementos más destacados: una piedra, un árbol seco, una fila de árboles… No era sencillo. A pesar de todo, jamás se nos pasó por la cabeza tirar la toalla. La ansiada recompensa resarciría con creces el tiempo y esfuerzo invertidos.

 

La oscuridad se adueñaba lentamente del escenario de nuestros desvelos, y con ella, se desvanecía sin remedio la esperanza de contemplar al oso. Había transcurrido más de una hora desde el comienzo de la búsqueda… Y de pronto, una voz que yo definiría cómo lúgubre y lacónica retumbó en nuestros oídos como el aldabonazo de algo largamente esperado. “¡Osoooooooo!, dijo alguien desde la caseta de madera. Al parecer, una osa y sus esbardos – nombre que reciben los oseznos en lengua asturiana – se habían visto en una quebrada cubierta de avellanos. Automáticamente, el desconcierto y el nerviosismo se apoderaron de los allí presentes que intentábamos, casi a la desesperada, recabar información que nos permitiera reubicar a la familia. Sin embargo, a Leire y a mí, quizá por falta de experiencia, nos costó lo indecible encontrarla. En mi caso, con las últimas luces de la jornada, pude ver gracias a un chico que me cedió su telescopio las sombras de una cría y la madre que se movían hacia la derecha… Esa brevísima observación nos llenó de alegría y nos dio el aliento necesario para seguir perseverando en los próximos días.

Una osa asoma entre los helechos.

Hasta cuatro esperas hicimos en apenas un fin de semana, la última de ellas empañada ya por la entrada de un fuerte temporal que barrería la Península de oeste a este. No podemos quejarnos… Disfrutamos de un tiempo estupendo teniendo en cuenta las previsiones anunciadas en los días previos. Pero a la mañana siguiente volvimos a la carga con el propósito de ver a los osos en mejores condiciones. Madrugamos, como mandan los cánones, y en menos que canta un gallo estábamos apostados junto a un puñado de valientes que habían llegado antes incluso que nosotros. Sarna con gusto no pica… Una frase que adquiere más significado que nunca cuando llevas a cabo una actividad de estas características en la naturaleza.

 

La cosa se iba animando con el paso de los minutos, y un nutrido grupo de jóvenes se fue incorporando paulatinamente a aquel singular “ejército” de observadores. El ambiente, a priori más apagado que la tarde pasada, pronto se convirtió en un ir y venir de gente ávida de admirar la belleza del Ursus arctos. El telón de fondo era el mismo, los protagonistas también. Sin embargo, la luz que bañaba la montaña le confería un aspecto distinto, realzando cada matiz del entramado rocoso.

Esta vez no tuvimos que esperar mucho para localizar a los osos… Un creciente pero contenido revuelo era la señal inequívoca de que algo estaba pasando. Una osa y su cría jugaban al escondite con nosotros, entrando y saliendo de la vegetación mientras se alimentaban de avellanas, uno de los primeros frutos a su disposición a finales del verano. Aunque parezca mentira, incluso animales de su tamaño desaparecían “engullidos” por las formaciones de helecho. De nuevo, fue gracias a las indicaciones de Roberto – guía de Natura Somiedo, al que agradezco desde aquí su amabilidad – como conseguimos encontrarlos, quitándonos por fin un gran peso de encima.

La osa se incorpora sobre sus patas traseras para alcanzar las ramas altas de los avellanos.
Osa seguida de su esbardo.

A partir de entonces no apartamos la mirada del lugar frecuentado por osa y cría. Un canchal parcialmente colonizado por formaciones de avellano y rodeado de vegetación herbácea. Sobre la piedra desnuda era fácil dar con ellos, pero en cuanto se introducían en la vegetación se esfumaban sin dejar rastro. Solo un leve temblequeo de ramas delataba su presencia. Era el movimiento producido por la madre al alimentarse… Observamos en varias ocasiones como la osa se levantaba sobre sus cuartos traseros para alcanzar las ramas más altas de los árboles, seguida en todo momento de su retoño, que no dejaba nada sin olisquear.

 

Pero para temblor el de mi pulso cuando intentaba captar y fotografiar aquellas escenas, comprensible cuando lo que tienes delante es uno de los mamíferos más bellos y amenazados del continente europeo. Eso, y la distancia, que me obligaba a tirar de zoom lo máximo posible. No sería capaz de expresar con palabras lo que sentí cuando, en la lente de mi cámara Coolpix P1000, se mostró con claridad la faz de la hembra, que dejaba entrever su cabezota rematada por unas graciosas y redondeadas orejas. Sonará a tópico, pero hay que vivirlo… Ahora sí, podía presumir de haber inmortalizado en unas testimoniales pero valiosas imágenes al icono de los bosques asturianos.

Panorámica de Valle del Lago.

Por Valle de Lago

Aún no nos habíamos repuesto de aquello, cuando recibí la llamada de David Martínez – responsable del Plan de Sostenibilidad Turística del parque natural – que me emplazaba a reunirme con Belarmino Fernández ‘Mino’, alcalde del Concejo de Somiedo durante 28 años ininterrumpidos. Con él tomamos un café en el mítico hotel-restaurante Casa Miño – donde se come de maravilla, por cierto – y charlamos animadamente sobre su gestión al frente del ayuntamiento y los esfuerzos que viene realizando el consistorio en materia de accesibilidad, tanto en el propio casco urbano como en el parque natural. Un hombre comprometido y enamorado de su tierra que nos causó muy buena impresión. Él mismo se encargó de reservar uno de los cinco taxis disponibles para la ruta en 4×4 por el Valle del Lago y el Alto de la Farrapona, una de las rutas más emblemáticas del Parque Natural de Somiedo. Estaba a punto de vivir una de las experiencias más increíbles que recuerdo…

 

Andrea sería nuestra guía en aquella expedición, una magnífica anfitriona curtida en estas montañas que a pesar de su juventud demostró una madurez y un aplomo poco comunes. Luego veremos porqué… A las 10:30 h. de la mañana nos subimos al todoterreno que nos conduciría primero a Valle del Lago – pueblo situado a 1.200 metros de altitud – y desde ahí al Lago del Valle, el primero de los grandes lagos que pretendíamos visitar. Unos 8 kilómetros atravesando pistas con elevada pendiente que permiten ganar altura y perspectiva rápidamente. Ante nosotros, un precioso mosaico de pastos, arbustos y árboles relegados a las partes más inaccesibles de la montaña. Un cuadro dibujado por la mano humana durante siglos de manejo ganadero. Es el reino de la Asturiana de los Valles y las Casinas, razas bovinas que se encuentran aquí como en casa y que nos salieron al paso en varias ocasiones, como reclamando un peaje por perturbar por un momento su sagrada tranquilidad. Con su permiso, teníamos vía libre para llegar al pie mismo del lago, un remanso de paz en el que hicimos un pequeño paréntesis para respirar…

Lago La Cueva.

Tener la exclusividad de ir en todoterreno te ahorra el esfuerzo físico de la caminata, esfuerzo que por otra parte yo jamás podría realizar. Sin embargo, también pierdes ciertas sensaciones… Por eso quise bajar del vehículo, tomar una bocanada de aire puro y rodar – ahora ya desde mi silla de ruedas – bordeando el lago durante un buen rato. Colmadas mis ansias de libertad, cogimos rumbo al Alto de la Farrapona, otros 50 minutos disfrutando del paisaje y las divertidas anécdotas de Andrea, que nos contó cómo fue su infancia y su adolescencia en estos parajes, así como la relación de sus gentes con el oso o el lobo ibérico.

 

Vestigios de otro tiempo, de una vida en estrecho contacto con la naturaleza, son las llamadas “cabanas de teito”, construcciones tradicionales utilizadas antiguamente como refugio. Las hay de diferentes formas, de planta rectangular o circular, pero todas son fotogénicas y todas están maravillosamente integradas en el entorno. No pude resistirme a retratar una de las primeras que tuve ocasión de observar, una solitaria caseta enclavada en una ladera de suave pendiente y custodiada por un imponente roquedo.

El espectacular Valle de Saliencia.
La inmensidad del paisaje invitan al silencio y la reflexión.

Lagos de Saliencia

Todo era nuevo y estimulante para mí. Mirase a donde mirase no podía evitar quedarme boquiabierto, rendido ante tanta belleza, pensando en la suerte que tenía de estar allí, saboreando cada nuevo descubrimiento. Pero si no fuera suficiente con todo lo que había podido ver hasta ese momento, aún me faltaba por “probar” el plato principal… Siguiendo el sendero que une Lago del Valle con el Alto de la Farrapona – bordeando para ello el Valle de Saliencia – alcanzamos una de las panorámicas más impresionantes del parque natural. Lo que en tiempos pretéritos fue un extenso valle glacial, representa hoy uno de los más destacados atractivos turísticos de Somiedo. Y es que las vistas desde el Alto de la Farrapona – atalaya natural a más de 1.700 metros de altitud – son absolutamente abrumadoras… Aquí pude testar in situ el proyecto de mirador geológico accesible que se prevé construir en la zona, poniendo de relieve otro aspecto de indudable interés: la geomorfología.

Contemplando el lago La Cueva.
Inmediaciones del Lago Cerveriz.

Bajando por una pista de tierra – desde el Mirador Peña La Cueva – obtuvimos una nueva perspectiva del valle y nos asomamos al lago La Cueva, que descansa en una depresión del terreno delimitada por una suerte de circo rocoso. Realmente se nos acababan los adjetivos para describir lo que estábamos viendo… Eran los Lagos de Saliencia, un conjunto lacustre compuesto por cuatro lagos distinguidos como Monumental Natural en el año 2003. Para llegar a los tres restantes, Andrea tuvo que emplearse a fondo para sortear los numerosos baches que presentaba la maltrecha pista y que, por supuesto, superó con solvencia. Casi sin darnos cuenta, culminamos con éxito el farragoso trayecto y nos detuvimos en una especie de altiplano para explorar “a pie” los lagos Cerveriz, Calabazosa y de La Mina, todos muy próximos entre sí. El único verdaderamente accesible era el de Cerveriz, pero gracias a mi cabezonería fui capaz de encaramarme a una zona alta desde la que pude divisar la laguna de la Almagrera o de La Mina, completamente seca en aquel momento. Tal vez – ¿quién sabe? – no vuelva a rodar más por estas montañas, por eso quería aprovechar cada impulso como si fuera el definitivo… Con la mirada perdida en la inmensidad de la planicie expuesta a todos los vientos, volvimos sobre nuestros pasos y guardamos para siempre una última imagen del lago La Cueva, muy cercana seguramente a eso que hemos dado en llamar paraíso terrenal.

Lago Cerveriz.

La Peral

Teníamos toda la tarde por delante… Embriagados de emociones, Leire y yo quisimos poner a prueba la accesibilidad del mirador osero de La Peral, en el pueblo del mismo nombre, uno de los más populares entre los asiduos a la observación del plantígrado. Estratégicamente localizado en un lugar elevado, no nos quedó más remedio que subir en coche “hasta la cocina” y movernos por donde pudiéramos. Una vez más, nos quedamos boquiabiertos ante la grandeza del paisaje que nos rodeaba, pudiendo recrearnos con una magnífica panorámica 360º a los montes circundantes. Las distancias para el oso era demasiado largas, y no íbamos bien preparados, por lo que decidimos bajar al pueblo a ver que nos podía ofrecer…

Braña de La Peral.

La Peral es un antiguo pueblo de vaqueiros de alzada, pastores trashumantes que realizaban desplazamientos con su ganado al ritmo de las estaciones. Testigos mudos de su pasado son las brañas y los teitos que aún se conservan, y que – junto a la iglesia y las casas de piedra – mantienen vivo un conjunto etnográfico de valor incalculable. Saliendo del pueblo encontramos el camino que une las localidades de La Peral y Villar de Vildas, un sendero de pequeño recorrido (PR AS-14) de 13 kilómetros de distancia que, aunque no puede considerarse accesible, en sus primeros metros posee un desnivel y suelo aceptables para avanzar sin mucha dificultad. Merece la pena aventurarse al menos durante el primer kilómetro de la ruta, que nos dará la oportunidad de examinar varios teitos de cerca e internarnos en un paraje salpicado de prados, muros de piedra seca, densos bosques y sobrecogedoras cumbres desde las que observan curiosos los rebecos. Pero a pesar de mis ganas de continuar, pronto la cosa se complicó y las rampas se convirtieron en empinadas cuestas que me impedían seguir adelante. Al menos había matado el gusanillo…

El pueblo de La Peral.
Vista desde el mirador de La Peral.
Postal típica de Somiedo: braña con cabanas de teito y bosques cubiertos de niebla.
Rebeco descansando sobre un canchal.

La mañana del tercer y último día, a la espera de la llegada de una DANA, la dedicamos a visitar el Centro de Interpretación Somiedo y el Oso -La Casa del Oso-, un museo gestionado por la Fundación Oso Pardo en el cual se analiza en profundidad la relación – por desgracia, no siempre cordial – de los habitantes de Somiedo con el animal a lo largo de la historia. También se tocan otros aspectos relativos a su ecología y conservación. Una muestra en la que también hay lugar para el entretenimiento, ya que en los exteriores del centro podemos jugar a reconocer diferentes huellas de mamíferos grabadas en el suelo con la ayuda de una pequeña guía… Y hablando de guías, nadie mejor que Alicia para contarnos cosas acerca del oso, la persona que tan amablemente nos atendió y con la que tuvimos la suerte de charlar largo y tendido sobre lo que más nos apasiona, la naturaleza y la educación ambiental. Un plan recomendable, sin ninguna duda.

 

A modo de conclusión de este extenso reportaje, puedo afirmar con sinceridad que mi experiencia en el Parque Natural de Somiedo superó con creces las expectativas previstas. Todavía estoy asimilando lo vivido durante aquellas jornadas… Allí, pude constatar que la existencia de oferta ecoturística accesible no está reñida con los paisajes de alta montaña. Que cuando hay voluntad por parte de las administraciones, lo que hasta hace poco parecía impensable puede hacerse realidad. Que los avances en materia de accesibilidad en espacios protegidos pueden beneficiar a un amplio sector de la sociedad, fomentando la igualdad de oportunidades y el derecho legítimo de toda persona a disfrutar del medio ambiente. Queda mucho por hacer, sí, pero el camino iniciado en Somiedo señala los pasos a dar en la buena dirección, haciendo de este un destino inclusivo de referencia en nuestro país.

Centro de Interpretación Somiedo y el Oso.

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