Hide de Lince en Sierra Morena de Córdoba
En España existe la posibilidad de intentar observar lince desde hide. En Adamuz, entre olivares serranos, se encuentra uno de estos contados escondites. Una espera de lince desde hide es diferente, compleja y extremadamente paciente pero, cuando ves aparecer al soñado felino, el mundo se detiene.
Pensando en oso, lince y lobo, el lince es el único de nuestros mamíferos más emblemáticos que es posible observar hoy en día desde hide. Algo lo suficientemente seductor como para no dejar pasar por alto la oportunidad de intentarlo. Y digo intentarlo porque no es sencillo. De hecho, es complicado, ya que ante la falta de cebo o algún otro tipo de atrayente, hay que confiar en la buena elección del lugar donde se implanta el hide por parte de la empresa gestora del escondite. Conocer bien el territorio y las zonas por donde se mueve el protagonista es absolutamente fundamental. Una charca de agua ayuda, especialmente en los meses más secos. La experiencia que Alpasín / Skua Nature, acumulan en Adamuz, en Sierra Morena de Córdoba, es un bagaje para tener muy en cuenta. Con todo y con eso, te recomiendo destinar 2-3 jornadas para el aguardo, pues esto no es llegar y besar el santo. Hay que armarse de paciencia y cruzar los dedos para que el encuentro se produzca, pero si se produce, por fugaz que sea, pocas sensaciones son equiparables.
Este hide es una fantástica caseta de grandes proporciones, cómoda, ubicada en una umbría entre olivares, en un punto donde la vegetación es más densa y se mezcla con el encinar y los lentiscos. Es un escondite amplio, con dos dependencias separadas y un wc químico. Un par de vinilos con la fotografía de un lince sentado mirando fijamente a la cámara ilustran la parte trasera de las puertas. La foto soñada. Para amenizar la espera, el hide cuenta con una charca de agua elevada, a un palmo del cristal, que hace las delicias de la nutrida representación pajarera de la zona y de quien se encuentra al otro lado de la cámara fotográfica. Durante aquellas jornadas en mi cuaderno de campo anoté muchas currucas capirotadas y gorriones comunes (también algún molinero), estorninos, mirlos, zorzales, dos parejas de picogordo, pinzón común, abubilla, chochín, acentor, tórtola, mosquitero, jilguero, verderón, verdecillo, petirrojo, urraca, lavanderas cascadeña y blanca, etc. Pero sin duda los amos de la charca son los rabilargos que, en varias ocasiones al día, llegan en bando al punto de agua apoderándose del escenario.
La algarabía alar es una constante, sucediéndose los momentos de baño, de saciar la sed, de tranquilidad, de poses fotográficas, de reflejos en el agua y estampidas repentinas ante la posible llegada de algún peligro, generalmente en forma de gavilán que irrumpa como un rayo en la vida cotidiana de los pajarillos de la charca. De forma periódica, casi repetitiva, gorriones y currucas -los que más tiempo pasan en la charca- salen disparados buscando refugio en la intimidad de los lentiscos, confiados de que, entre las ramas de las pistacias, están a salvo de la rapaz forestal.
Esperando al lince
Las horas de espera al lince son emoción pura. Dependiendo de la época del año, normalmente ciñendo las posibilidades a los momentos crepusculares, apostándolo todo a las primeras y últimas horas del día. Pero las cámaras de fototrampeo y los testimonios de clientes anteriores demuestran que, especialmente en la época de celo, el gato rabón no sabe de horarios. Hay que estar alerta durante toda la sesión. Y así permanecí durante mis horas de espera, con los ojos como platos aguardando la irrupción de la esperada silueta. Sin decaer en los momentos de calma.
El destino quiso premiar mi paciencia y mi constancia con una última jornada memorable. Comenzó con la sigilosa entrada en el escenario de un gato cimarrón con muchas ganas de ser montés. Fue al alba, y la falta de luz junto con lo inesperado y breve del encuentro, me hizo dudar durante un buen rato si estaba en realidad ante un verdadero gato montés.
Incluso en las horas centrales del día, cuando en la naturaleza la actividad es menor para todas las especies, aquella última espera me regaló la llegada del gavilán. Por fortuna para mí y por desgracia para la gorriona que le sirvió de almuerzo. El día lucía espléndido y soleado pero su entrada fue lo más parecido a la caída de un rayo sobre la charca.
La guinda se hizo esperar hasta el final. No podía ser de otra manera, culminando el mejor guion. Hacía rato que el sol se había puesto y la luz en la umbría de este rincón adamuceño era ya escasa pero la justa para poder disfrutar de la descomunal belleza de Kai, la hembra territorial de 9 años. Kai asomó sus pinceles entre la vegetación del fondo del campo visual, a unos 30-35 metros de distancia. Salió al llano y se sentó mirando fijamente hacia el escondite. La falta de luz y la adrenalina disparada -que incluso te bloquea durante los primeros instantes- no impidieron que la foto de la puerta estuviera ahora grabada en mi tarjeta de memoria. La bella lincesa permaneció unos segundos mirándome y por un momento llegué a estar convencido de que me estaba viendo si no fuera porque me separaba de ella un cristal espía. Hace tiempo que he comprobado en mis safaris africanos que la mirada de un felino es heladora, penetrante. Ésta también lo era.
Kai se incorporó y se dirigió directamente hacia mi posición con ese elegante caminar que estos animales poseen. Paso sutil y poderoso a partes iguales. De nuevo se sentó; en esta ocasión a unos 10-12 metros del escondite. Nuevamente clavó la mirada en el hide mientras una corriente de sudor frío, fruto de la emoción, me recorrió el cuerpo de la cabeza a los pies. Y se volvió a incorporar acercándose aún más para, tal y como vino, girar sobre sus pasos y dirigirse hacia el fondo hasta desaparecer entre la vegetación por el lado contrario al que llegó. Solo en ese momento, cuando ya está fuera de mi vista, es cuando tomo consciencia de lo vivido.
Unos minutos después las ramas se mueven y vuelve a entrar en escena. Se acerca de nuevo hacia el hide y vuelve a retirarse por el mismo lugar. El destino me depara una tercera oportunidad de disfrutar del felino, ya sin luz para fotos pero con la luminosidad justa para que mis ojos se deleiten con el desfile de la lincesa. Y en este último pase se exhibió sobremanera, recorriendo todo el campo visual desde el fondo hasta sentarse a un par de metros escasos de la caseta y permanecer ahí, a mi lado y mirando al frente como yo, durante unos minutos antes de regresar sobre sus pasos para desaparecer definitivamente entre los lentiscos.
La experiencia duró aproximadamente una hora y soy consciente de que se trató de una visión privilegiada. Aunque las observaciones son muy variables, generalmente son más cortas. En cualquier caso intensas, por breves que sean. Seguramente Kai quiso hacerme un guiño por las horas dedicadas y sabedora de que la iba a sacar muy guapa en El Ecoturista. Una de las emociones más fuertes que he vivido en la naturaleza española y que sin duda recomiendo.
Os dejo con este video de la experiencia (ver en 4K). La parte final, ya casi sin luz bien merece la pena para disfrutar con la proximidad del felino…