Experiencias

Los tres cielos de Félix Rodríguez de la Fuente

18/04/2018 Autor: Manuel Sobrino / "El Naturalista Cojo"
  • En familia
  • Turismo accesible

Situación

Burgos

Accesos

El acceso más rápido desde Burgos por la carretera Gamonal-Poza, BU-V-5021, la villa se alcanza en unos 40 minutos.

Desde el País Vasco, tomando la N-1 y A-1 hasta Pancorbo. En Cubo de Bureba se toma la N-232 hasta Cornudilla y aquí la BU-502 hasta llegar a Poza.

Desde Cantabria se puede optar por la N-629 hasta Masa donde se toma la BU-503 y en 24 km se llega a Poza; o bien por la N-629 y la N-232 hasta Oña y desde ahí bordear el Valle de Caderechas por Terminón y Salas de Bureba llegando a Poza en unos 12 km.

Highlights

En el pueblo, la casa natal de Félix Rodríguez de la Fuente, la cueva de la Verana, el Espacio Medioambiental y el Castillo de los Rojas, accesible también en silla de ruedas.

El mejor mirador es el Balcón de la Bureba, desde donde se puede observar El Castellar, el mayor atractivo geológico de la zona.

En el apartado de fauna destacan los omnipresentes buitres leonados.

Cuando

Todo el año, si bien hay que tener en cuenta que en otoño e invierno es muy frío. Se recomienda visitar en primavera-verano.

Consejos

Te recomendamos el Restaurante Casa Martín, donde podrás alojarte y degustar la mejor gastronomía castellana.

La culminación de un sueño

La Meca: Ciudad Santa del Islam; lugar de nacimiento del profeta Mahoma y cuna del Islamismo.

Poza de la Sal: Pueblo ubicado en la provincia de Burgos; lugar de nacimiento de Félix Rodríguez de la Fuente y cuna del Ecologismo en España.

Como la Meca, al oeste de Arabia Saudí, Poza de la Sal es un lugar de peregrinación. El santuario más sagrado para todo naturalista que se precie. Y es que somos muchos los que nos enamoramos de la naturaleza a través de su palabra, de su voz.

Me gusta referirme a Poza de la Sal como a mi Meca, como a un templo de culto que debería visitarse al menos una vez en la vida. Y a Félix, como a mi Dios, como a un padre en muchos aspectos. Visitar su pueblo era un sueño para mí.

En el pueblo de Félix, ¡sueño cumplido! Foto: Manuel Sobrino

Pero empecemos por el principio: tenía 11 años cuando leí ‘Animales Salvajes de África Oriental’, un libro “dedicado a los niños” en el que Félix hablaba de captar el alma de los animales a través de la caza fotográfica. En el que nos enseñaba “que el naturalista que arranca un secreto en el comportamiento de un ser vivo, se hace mucho más dueño de él que quien quiebra el curso de su existencia”. Sin darme cuenta, el maestro impartía sus primeras lecciones…

Han pasado dos décadas, y mi admiración por el amigo de los animales no ha dejado de crecer, al tiempo que lo hacía la curiosidad por todo lo que veía. Fui un niño de Félix, el discípulo de un profeta moderno que contaba historias de lobos, halcones, nutrias y lirones caretos… Su mensaje es eterno, y su legado permanece vivo en la pequeña villa medieval que le vio dar sus primeros pasos.

Poza presume de hijo predilecto. Calles y jardines con su nombre, bustos, monumentos levantados en su honor, un museo, incluso una ruta, recuerdan aquí la figura del malogrado naturalista. A las mismas puertas de la localidad, un enorme y precioso mural nos invita a “descubrir el pueblo de Félix”… ¡Empieza la sesión de fotos!

Empieza el recorrido por Poza de la Sal. Foto: Manuel Sobrino

Dos enormes buitres custodian mi entrada a la villa, como animándome a conocerla. Una escena cargada de simbolismo para mí. ¿Viajaría el espíritu de Félix sobre las amplias alas de alguno de ellos? Sonrío… Me gustaría pensar que si.

No tardé en darme cuenta de que no sería nada fácil rodar por sus estrechas y empedradas callejuelas. La pronunciada y prolongada pendiente que da acceso al pueblo resulta agotadora. Poza de la Sal es vieja, medieval. No se ha dejado domesticar por el paso de los siglos. Conserva intacta toda su encantadora esencia, algo que le ha valido la declaración de Conjunto Histórico-Artístico en el año 1982. Aquí todo ―o casi todo― son escaleras y cuestas, por lo que es aconsejable viajar acompañado. Pero esta circunstancia no frenó mis pretensiones…

Casa natal de Félix. Foto: Manuel Sobrino

Si Poza de la Sal es la Meca, el nº18 de la Calle Mayor es la ‘Kaaba’, literalmente “casa de Dios”, como el famoso cubo del Islam. Aquí empezó todo. Un 14 de marzo de 1928 nacía en este edificio el primogénito de Samuel y Marcelina, el hombre que cambió la mentalidad de todo un país. Emociona pensarlo… Contemplando las paredes desgastadas por el paso del tiempo y sus inclemencias, traté de regresar al pasado… Hoy es un viejo y descuidado edificio que merecería la pena restaurar y poner en valor. Únicamente un panel informativo recuerda el feliz acontecimiento que tuvo lugar en él hace ahora 90 años.

 

Pero si lo que queremos es introducirnos de lleno en el universo infantil de Félix Rodríguez de la Fuente, recomiendo visitar el Espacio Medioambiental que lleva su nombre (en Plaza de la Villa, Oficina de Turismo). Sólo tengo palabras de agradecimiento para Esther, trabajadora del Ayuntamiento, quien tuvo la amabilidad de abrirme las puertas del museo a pesar de permanecer cerrado al público aquella mañana de miércoles. Las salas son perfectamente accesibles, y en su interior se muestran objetos, maquetas y material audiovisual que ponen de relieve la importancia de su mensaje.

En este mismo punto tiene su inicio y final la ‘Ruta de Félix’, un singular paseo de 800 metros por lo que Félix llamaba el “primer cielo”, el pueblo, escenario de las trastadas de su cuadrilla, la de ‘Dios te libre’. El recorrido ―señalizado con flechas― consta de siete paradas, y en cada una de ellas veremos un cartel con anécdotas y curiosidades sobre su infancia.

El primer cielo es el comienzo de la ruta Félix Rodríguez de la Fuente. Foto: Manuel Sobrino
Foto: Manuel Sobrino

Una suave bajada a lo largo de la calle La Red me condujo hacia Plaza Nueva ―entre las paradas 1 y 2 de la ruta― desde donde pude hacerme una idea de la inmensidad de la Bureba “encaramado” al Balcón del Espolón, en realidad un estupendo mirador al que asomarse para disfrutar de las vistas. Preside la plaza un busto que representa la imagen de Félix con un halcón sobre su pecho, rapaz que lo elevó a los altares de la fama en la década de los sesenta.

Tras hacerme las fotos de rigor, atravesé el Arco de la Concepción o Puerta del Conjuradero, sobre la cual los sacerdotes conjuraban los nublados que amenazaban las cosechas y, sobretodo, la producción salinera. Esta construcción comunica la Plaza Nueva con la plaza del mercado o Plaza Vieja, lugar donde antiguamente se celebraban las ferias a las que acudían los tramperos para vender sus pieles. A través de ellas, Félix aprendió a identificar algunas especies, como la marta o la gineta. Esta última le cautivaba especialmente…

Poco más allá, en la Plaza Alejandro Rodríguez de Valcárcel, frente a unos preciosos soportales de madera, se alza imponente la iglesia de San Cosme y San Damián, construida a finales del siglo XIV y principios del XV.

Siguiendo en línea recta, crucé de nueva la Calle Mayor, que como vimos, alberga la casa natal de Félix Rodríguez de la Fuente. Hay que subir una corta y asequible rampa para alcanzar el cuarto punto de interés, que no es otro que la famosa cueva de la Verana y la amplia panorámica que se domina desde aquí.

Calle Mayor, en Poza de la Sal. Foto: Manuel Sobrino

Excavada en la ladera caliza sobre la que descansa el pueblo, la cueva ―en realidad una oquedad natural― era centro de reuniones de la cuadrilla ‘Dios te libre’. En su interior, Félix, Policarpo y Antonio, amigos inseparables, se transformaban en auténticos hombres prehistóricos, hacían fuego, soñaban al amor de la lumbre… Se iba forjando ya el chamán de la tribu, el comunicador que nos conquistó a todos con su voz.

Desde mi perspectiva, la Verana parecía inexpugnable, protegida por un muro rocoso y vertical difícil de salvar. Me preguntaba cómo serían capaces de llegar hasta allí… Cuentan que todavía son visibles los restos de antiguas fogatas, quizá las encendidas por Félix y sus amigos en las frías noches de Poza de la Sal… Me hubiese gustado visitarla…

Poza de la Sal, al pie del farallón y la Cueva de la Verana. Foto: Manuel Sobrino

Venía en busca de respuestas. Era una necesidad vital. Era la culminación de un sueño. La explicación a una afición que se transformó en pasión gracias al influjo y la magia de un hombre… Algo así como completar un puzle cuya última pieza se encontrara entre estas piedras.

A mi izquierda, se destacaba la blanca escultura realizada en marmolina por el onubense Juan Villa y donada por el equipo de Cuarto Milenio, conocido programa de televisión. Lejos, las salinas que dan nombre y personalidad a la villa ―el “segundo cielo”― que tampoco están adaptadas para moverse en silla de ruedas… Una pena.

Poza de la Sal. Foto: Manuel Sobrino.

El tercer cielo

El último tramo de la ‘Ruta de Félix’ reviste cierta dificultad, por lo que regresé a la plaza del Ayuntamiento tomando un camino alternativo.

Pero para entender la dimensión del mito, para obtener una visión global del personaje, hay que ascender al “tercer cielo”, el páramo. Subiendo por una carretera llena de curvas, dejando atrás el desvío al Castillo de los Rojas, llegaremos arriba, donde un desafiante ejército de gigantes nos dará la bienvenida. Eran los aerogeneradores de un polémico parque eólico construido en 2002. El impacto visual de estos molinos es insoportable…

Mirador de la Bureba. Foto: Manuel Sobrino.

Al otro lado de la pista, un monolito coronado por la efigie de un buitre leonado simboliza a modo de homenaje la pirámide ecológica que Félix tanto defendió. En el centro se puede leer la siguiente inscripción: “Ha sido considerado el filósofo naturalista más importante de España en este siglo. Estos cielos y estos páramos despertaron su vocación, y desde estas tierras su mensaje seguirá resonando para defender a los ecosistemas de su degradación y a las especies animales de su exterminio”.

El páramo, el tercer cielo de Félix, desde el mirador de La Bureba. Foto: Manuel Sobrino

Siguiendo las indicaciones de un letrero de madera, conduje unos cien metros más hasta el mirador de la Bureba, el más espectacular de los balcones sobre el entorno de Poza de la Sal. Era el colofón a esta aventura…

Me habían hablado del “viento gélido” del páramo de Masa; de la “Siberia del norte”. Pero aquello era otra cosa. Costaba incluso abrir la puerta del coche, golpeada una y otra vez por las fuertes rachas. Tan es así, que en un momento dado levantó mi silla de ruedas varios centímetros del suelo, dándome un buen susto. Pasado el contratiempo, tocaba pensar y reflexionar…

Contemplando el paisaje que se extendía ante mis ojos, creí comprender el misterio. La sierra de la Demanda, los montes Obarenes, el Castellar… Un paisaje agreste, duro, desolado. Un paisaje que parece sacado de los albores de la Humanidad. Un paisaje que inspiró la imaginación de un amante de la VIDA “con letras mayúsculas”.

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