Experiencias

Observación de lince y rapaces en el Valle del Guarrizas

01/02/2022 Autor: Alfonso Polvorinos
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Situación

Jaén

En Sierra Morena de Jaén, a orillas del Guarrizas, una jornada de observación de lince no solo está protagonizada por el emblemático felino. El valle que este río dibuja al sur de Despeñaperros, es una concurrida pasarela de desfile para las rapaces.

 

Mis amigos de Birds&Lynx Ecotourism llevaban un tiempo detrás de una nueva finca en la que operar con el avistamiento de linces, fundamentalmente. La oportunidad se les presentó, sin salir de Sierra Morena de Jaén, con el acuerdo de colaboración con una propiedad en el valle del Guarrizas y, a mí, en forma de amable invitación para conocerla. Y este tipo de invitaciones no se pueden rechazar.

Se abre el telón en el monte mediterráneo.
Un momento de la mañana de observación a orillas del Guarrizas.

El safari del 28 de enero de 2022 fue memorable, redondo. Integrado en un pequeño grupo de observadores guiado por Inma y Fernando, al despuntar el alba cruzamos la cancela de entrada a esta finca que pronto descubriría como particular paraíso faunístico. Realizando una pequeña ruta de observación en los vehículos, accedemos a las inmediaciones de lo que iba a ser el punto de observación definido para la mañana. El lugar era un pequeño promontorio, en la linde de un cerrado encinar salpicado de jaras y coscojas, dominando la llanura del río Guarrizas. En la otra orilla un bosquete de lentiscos precede a la dehesa. Ambas orillas, despejadas de vegetación, están repletas de conejos. Al otro lado, justo enfrente de nuestra posición, un viejo tronco de encina resiste en pie, sin copa, como excelente lugar para marcaje del territorio por parte de los linces. La adrenalina se dispara cuando uno de los guías nos comenta que hace un par de días vio cómo una hembra se erguía sobre el tronco y afilaba las uñas. Con el telescopio se aprecian perfectamente los arañazos en una zona desnuda de corteza.

Marcas de arañazos de lince en un tronco.
Primeras luces de un frío pero inolvidable amanecer de invierno.

Desde la posición en la que estamos llegamos a apreciar en lontananza un grupo de fresnos. Su considerable altura y las ramas desnudas permiten ver dos nidos que una de las tres parejas de águila imperial de la zona está decidida a usar como casa en los próximos meses. Han empezado a meter ramas en uno de ellos, me comenta uno de los guías.

 

Trabajo en equipo

Para dominar visualmente un pequeño recodo del río, nos subdividimos en dos grupitos. Fernando me confirma que hace días que ya no escuchan maullar a los linces, lo que indicia que el periodo reproductor está tocando a su fin, si no lo ha hecho ya este año. Descartado el oído desde el punto de vista lincero, habrá que agudizar la vista más si cabe. Estamos en los momentos de la mañana clave para intentar dar con alguno, así que no cesamos de barrer el campo visual de más de 180 grados que tenemos frente a nosotros.

Mochuelo.

En uno de esos barridos unas ondas en el río llaman nuestra atención. ¡Nutria! Totalmente ajena a nuestra presencia, el enorme mustélido acuático patrulla el río de lado a lado. Sale a la orilla, se vuelve a sumergir. No para. Tras una de esas inmersiones aparece con un enorme pez en la boca y se dirige rápidamente de nuevo a la orilla para dar buena cuenta de él entre unas zarzas. El tamaño de la pieza hace que pase un buen rato alimentándose, aunque menos del que sospechábamos. Regresa al agua y se dirige río abajo hasta una pequeña curva. Las ondas sobre el agua parecen duplicarse y por un momento aparece una segunda nutria, que se pierde por donde había venido.

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Nutria en el río Guarrizas.

Nuestra nutria paleártica regresa a la zona inicial para desaparecer al igual que su compañera. No volvimos a verla, pero ya nos ha alegrado el día. Pendiente de la nutria como estaba, mi mente se ha olvidado por unos minutos del lince, pero si hubiera aparecido, después de muchas horas de campo compartidas con ellos, estoy seguro que alguno de los guías hubiera dado con él. La calma tensa va desapareciendo a medida que avanza la mañana. Hace un par de horas que ha amanecido y las posibilidades decaen. Es el momento del desayuno de campo. Un café con productos locales que sabe y sienta de maravilla. Con un ojo en el café y otro en el telescopio, no perdemos la esperanza. Aprovecho el momento de relajación para acercarme a hacer una foto al recodo del río donde estaba la otra parte del grupo apostado realizando la espera. El suelo está lleno de madrigueras y excrementos de conejo. En una de ellas, viejos excrementos de lince dejan claro que se trata de una letrina.

Letrina de lince.
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Águila real.

Por la parte derecha, a media altura, se aproxima una gran rapaz. Se trata de un águila real. Tras ella dos puntos lejanos más vienen en el mismo sentido. Un familiar oc-oc-oc me indica que se trata de un águila imperial. Cuando se acercan evidencio que se trata de una pareja adulta y cuando giro la cabeza para hacer una seña al grupo, compruebo que ellos también tienen la vista en el cielo. Ciclean un rato a media altura y abandonan la térmica cada una por su lado, la real hacia el oeste y las imperiales hacia el este, posándose en la copa de una enorme encina en la parte alta de la ladera. Buen oteadero.

Pareja de águilas imperiales.
Las imperiales posadas en la encina.

Al rato, una de ellas baja y se posa en el fresno donde se ubican los nidos. Al poco tiempo, un joven de águila imperial, un pajizo, aparece en escena por el mismo lugar pero más bajo que lo que lo hicieron la real y las imperiales. Lo disfrutamos a placer, casi sin necesidad de prismáticos. La imperial del fresno abandona el árbol sobrevolando la dehesa y trasponiendo la ladera para desaparecer por encima del verde perenne. Esperamos un rato, pero la calma se impone. Solo algunos buitres leonados y negros que pasan a buena altura.

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Águila imperial ibérica adulta.
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Pajizo de imperial.

La mañana de las águilas imperiales

Es un buen momento para ir a hacer una ruta en el vehículo por la finca y comer algo antes de la espera de la tarde. Cuando vamos a recoger los equipos, de nuevo un familiar ladrido oc-oc-oc, que recuerda al graznido del cuervo, eleva nuestra vista hacia el azul. Una pareja de imperiales se aproxima. Comienzan a ciclear y, tras ellas, una nueva pareja de águilas. Miro al grupo para indicarles que hay cuatro imperiales y me hacen una seña en la dirección opuesta, donde ellos están disfrutando de la visión de otra pareja más. Si, así de mágica es la naturaleza en Sierra Morena: tres parejas de imperiales de forma simultánea sobre nuestras cabezas. ¡Mamma mia! Sin salir de nuestro asombro, se une a la fiesta una nueva águila real, quizá la de antes, acompañada, ésta si es nueva, de un damero, un subadulto de imperial. ¿Alguien da más?

De safari fotográfico por el valle del Guarrizas.

Absortos, disfrutamos del regalo hasta que el cielo quedó vacío y en el azul no había motas negras. Decidimos retomar el plan del safari en 4×4 y tras el paseo la comida, que efectuamos en lo alto de una colina, bajo la sombra de una gran encina y al más puro estilo africano. El paisaje de dehesa ayudaba a recrear el ambiente del continente negro, pero en lugar de la botella de Amarula con un elefante por logotipo, sobre la mesa había una de Aceite de Oliva Virgen Extra con un alzacola rojizo en la etiqueta.

Desayuno campero a base de productos locales.

De camino al punto donde íbamos a probar suerte con el lince durante la tarde, pasamos por una zona muy del gusto de las imperiales. Y lo era, una pareja intentaba desplazar a un pajizo -probablemente una hembra joven a juzgar por el tamaño-. A su lado el adulto -con toda certeza el macho- era notablemente más pequeño.

Reponiendo fuerzas al mediodía.

La pasarela imperial aquel día lució sobremanera. Aunque muy probablemente estas 3 águilas fueran algunas de las que vimos por la mañana, su observación elevaba hasta 11 las imperiales avistadas. Sin comentarios. Pudimos sin duda constatar el incremento de la especie en Sierra Morena, el principal núcleo en Andalucía. Nunca antes había tenido ocasión de ver tantas águilas imperiales en una jornada y desde un mismo punto, pero ojalá la recuperación de nuestra gran rapaz ibérica convierta la escena en habitual en otros lugares. Conscientes de que el listón de observaciones, con las imperiales, las reales, los buitres negros y las nutrias estaba muy alto, nos dirigimos hacia el río, a la zona donde realizaríamos el aguardo vespertino.

En esta ocasión caminamos algo menos de un kilómetro para posicionarnos en otro promontorio, unos quinientos metros más al sur del de la mañana. De nuevo al borde de la llanura fluvial, con un bosquete de encinas y jaras a nuestra espalda. Desde esta nueva posición, con la luz muy a favor, dominábamos una amplia perspectiva del Guarrizas y un par de taludes muy del gusto del lince para bajar al río, justo en una zona acondicionada para que los conejos críen. Agua, comida en abundancia y absoluta tranquilidad, todo lo que un lince puede desear.

El de Guarrizas es actualmente el segundo núcleo poblacional de lince ibérico en Andalucía. El censo de 2020 arroja la cifra de 140 linces (adultos, subadultos y cachorros), solo por detrás de los 216 de Andújar-Cardeña y por delante de los 85 de Doñana-Aljarafe. Sierra Morena de Jaén, que englobaría la zona de Andújar y la de Guarrizas, es por tanto el corazón lincero andaluz.

Martín pescador en una de sus perchas.

Un martín pescador que recorría su territorio de percha en percha desde la que lanzarse a por un pez, una pareja de gansos del Nilo, una agachadiza, un alcaudón real y unas cercetas, nos amenizaron la espera. Por la mañana hubo un par de espantadas de las cercetas. Esta huida repentina, como apuntaba Fernando, podía ser un aviso de la llegada del lince a beber, tal y como le ocurrió a él la semana pasada. Aunque sin certeza, echando números sobre los linces que estimaban había en las fincas de ambos lados de la orilla, salían al menos 15. Bonita cifra. ¿Se dejaría ver alguno esta tarde? Los gansos del Nilo, emitiendo potentes graznidos, levantan el vuelo de forma repentina desde una zona oculta a nuestra vista. Algo habían detectado en ese ángulo muerto del río para huir despavoridos. Clavamos nuestros ojos en el lugar, esperando (deseando) ver asomar al felino caminando por la orilla. Nada, ni rastro.

De vez en cuando echaba un vistazo a la parte más alejada del campo visual, donde el Guarrizas se dejaba de ver. Una zona de lentiscos cubría la orilla y ya sabemos que este arbusto es uno de los predilectos del gato rabón para sestear. Quedaba algo menos de diez minutos para la puesta de sol que, por la forma del valle, entraba lateral iluminando -aunque de forma tenue con esa luz naranja- las partes más altas de los taludes.

¡Lince¡ Inma pronunció la palabra deseada que todos estábamos esperando oír. Estaba de pie, quieto. Entre una encina y un lentisco en la ladera frente a nosotros. Mirando en nuestra dirección, hacia el río. Un último rayo de sol le incidía anaranjando su coloración. Eran un macho jovencito, probablemente de un año y medio de edad, con un patrón moteado que lucía precioso ¡Qué belleza de animal!

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Lince ibérico en el valle del Guarrizas.

El lince se ocultó unos instantes tras el lentisco para volver a aparecer por el mismo punto y comenzar a descender hacia la orilla entre los arbustos de Pistacia. Iba directamente hacia los conejos. Avanzaba majestuoso, con ese andar felino, por una zona en la que dominaba ya la sombra. Se detuvo a olisquear y marcar un lentisco con secreciones de sus glándulas anales. El sol ya se había ocultado. El felino continuó caminando un poco más y se tumbó entre unas piedras apenas a una veintena de metros de los conejos. Con el buffet servido a pocos metros, el lince se mostraba muy tranquilo. Desde nuestra distancia, resultaría imposible adivinar que una de esas piedras era en realidad un lince si no lo hubiéramos visto llegar y tumbarse. Echado y solo con la cabeza erguida, en una pose muy de guepardo, veíamos cómo sus ojos luchaban por no cerrarse. Finalmente, el sueño ganó la batalla y se echó una cabezadita.

La luz se esfumaba a buen ritmo pero a él no parecía importarle, todo lo contrario que a nosotros, que le animábamos mentalmente a incorporarse para apurar nuestro premio visual. Y lo hizo, se incorporó para dirigirse ladera arriba hasta ocultarse en el encinar. Inma volvió a verle un instante caminando en paralelo al río, pero algo lejos de la orilla. La luz ya no daba para más y nuestro gozo tampoco. Menuda jornada de observación la vivida este inolvidable día a orillas del río Guarrizas.

Dos conejos ajenos a la presencia cercana del lince.

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