6 propuestas imprescindibles en la naturaleza de Marruecos
Podrían ser muchas más, pero he seleccionado esta media docena de maravillosas propuestas para conocer el desierto de roca y dunas de Marruecos.
1. Erg Chebbi, las dunas más altas de Marruecos
Creo que cada vez más me atrae el desierto en todas sus variedades. Marruecos ofrece un Sahara diferente. No hay dos desiertos iguales. Ni tan siquiera cuando hablamos de un mar de dunas. Nada se parecen las dunas naranjas de Kashar Gilane en Túnez o las dos grandes acumulaciones de dunas de Marruecos: Erg Chebbi y Erg Cheggaga. Y hacia éstas quiero llevarte a continuación, al Gran Sur, donde aguardan las dunas del Erg Chebbi, en Merzouga.
Se trata de las dunas más altas de Marruecos -la Gran Duna del Chebbi mide 200 metros de altura- y también las de perfiles más angulosos. Para conocerlas de cerca existen diferentes pistas y caminos que conducen hasta la entrada del desierto arenoso. Entre Rissani y Merzouga, dirección hacia el albergue Yasmina, sale una pista de 14 kilómetros que conduce hasta el borde de la arena.
Una vez allí, las opciones son varias pero las más recomendables pasan por subirse en un dromedario para ver a amanecer –experiencia que cuesta unos 20-30 euros- o hacerlo a pie (que tampoco está mal) y subir hasta alguna duna de las más elevadas para disfrutar con la salida o la puesta del sol. Otra opción es bordear el Erg Chebbi por el río de arena. Necesitaremos un vehículo 4×4 eso sí para llegar a buen puerto. O al mirador rocoso desde el que se disfruta de una bella panorámica de este mar de arena. Recomiendo dejarse guiar por alguno de los muchos bereberes que viven en la zona y que por un módico precio serán unos anfitriones excelentes.
2. Garganta de Todra, verticalidad naranja
Convertida en postal turística desde hace muchos años, la Garganta de Todra es sin duda una de las imágenes naturales por excelencia de Marruecos. Es el máximo exponente en cuanto a verticalidad en el desierto de roca marroquí.
La gran Garganta de Todra se encuentra en la parte oriental del Alto Atlas, cerca de la localidad de Tinerhir. Desde esta importante ciudad al pie del Atlas, una carretera de montaña remonta durante unos 40 minutos el valle, sembrado de palmeras y fértiles huertas hasta la entrada natural del cañón. A partir de aquí –previo pago de una pequeña cantidad- se puede entrar en vehículo unos 500 metros hasta donde finaliza el asfalto y la pista continúa empedrada y sinuosa remontando la garganta hasta la zona alta (camino sólo apto para 4×4).
La garganta se forma en el discurrir del río Todra a lo largo de 40 kilómetros, si bien son sus últimos 600 metros los más espectaculares y fotografiados. Allí donde las paredes alcanzan una verticalidad de casi 200 metros separadas ambas por apenas 10 metros, la distancia justa para que el río fluya y la estrecha carretera se abra paso hasta la zona donde se ubican un par de alojamientos y restaurantes. Para llegar hasta allí será preciso vadear el cauce pedregoso del río (imprescindible 4×4) o bien cruzar caminando.
Los colores naranjas embaucan e hipnotizan desde el primer momento. No sabía que había tantas tonalidades de naranja hasta que no pasé un día en la garganta y pude ver cómo el color de la roca iba variando a medida que el sol rotaba en busca de poniente. Por cierto, que la verticalidad es tal, que muchas zonas de la abrupta garganta de Todra permanecen siempre en sombra.
Cerca quedan otras gargantas emblemáticas del país vecino como la del Dadès o la de Amellago, más desconocida. Un tridente geológico difícil de superar. Siguiente parada.
3. Garganta de Amellago
Amellago no queda lejos de la Garganta de Todra y compite con su vecina en espectacularidad. Cada una a su manera, la de Todra con una estrechez singular y la de Amellago con un largo cañón, más ancho, que no le va a la zaga. Donde no compiten es en cuanto a popularidad. En este apartado Todra gana por goleada. Amellago espera, apartada de casi cualquier itinerario tradicional, con su impactante belleza intacta. Y en buena medida ahí radica su magnetismo.
Amellago es una pequeña población enclavada en la cara norte de la porción más oriental del Alto Atlas, donde casi toca con la mano las estribaciones del Medio Atlas. Se llega a ella por el sur desde Goulmina (70 kilómetros al este de Tinehir), en la vertiente meridional de la más alta cadena montañosa de Marruecos, y es a su paso por el cañón labrado por el río Gheris y que abre las montañas desnudas y rocosas del Alto Atlas, cuando quedaréis cautivados por la geología de la Garganta de Amellago.
Es un tramo de unos 35 kilómetros, entre Tadirhoust y Amellago, con altas paredes que se descuelgan de la parte alta, donde aguardan las cimas que rondan los 2.500 m. de altitud. El discurrir por la pista que recorre el fondo de la garganta es placentero, y en ocasiones cambia de orilla por el lecho pedregoso atravesando un cauce que se torna peligroso con las crecidas. No transitar con lluvias fuertes. Si vais por la zona no dejéis de recorrerlo como alternativa a la carretera asfaltada entre Ar-Rachidia y Rich, que dicho sea de paso atraviesa otro bello desfiladero, el del Ziz. Así hice yo en mi Gran Ruta por Marruecos.
4. Valle del Draa
Dependiendo de la fuente consultada las dimensiones de este valle marroquí oscilan entre los 100 y los 200 kilómetros de longitud. Yo me inclino por la segunda opción e incluso diría que se queda corta. Sobre la anchura mejor no hablar pues es bastante variable en una orografía repleta de gargantas, cañones, desfiladeros, meandros y tramos abiertos. Su belleza es mesurable y en eso si se ponen todos de acuerdo.
El Valle del Draa, en las puertas del Sahara, es el valle más famoso de Marruecos. Reúne todos los requisitos para ser también el más representativo del país. El río Draa, de cuyo curso principal se derivan canales de irrigación para llevar el agua algo más allá de unas orillas de gran fertilidad donde abundan los frutales, nace en el Alto Atlas de la confluencia de los ríos Ouarzazate y Dades, y se dirige al sur hasta fundirse con la arena del desierto. El elemento más representativo del valle son las palmeras datileras -que crecen por miles, cientos de miles- formando imágenes de gran plasticidad, imágenes que ilustran a la perfección cualquier manual a la hora de definir un oasis. Las laderas montañas y los escarpes rocosos que flanquean el discurrir del río componen un telón de fondo perfecto. Una lección de geología con pliegues, levantamientos y estratos casi perfectos.
Es un valle apacible, de temperaturas frías en la noche y altas en el día, grandes contrastes propios de la zona desértica en la que se encuentra. El río amortigua el termómetro diurno y la diferencia con los valles del Dades al norte y las dunas del Erg marroquí al sur es notable.
Es un valle hoy tranquilo pero antaño estaba sometido a conflictos étnicos que han dejado una arquitectura excepcional de ksars (alcazabas) y kasbahs (ciudades fortificadas) de barro y adobe como Tamnougalt, Timiderte, y tantas otras. Algunas han sucumbido a la fuerza de la gravedad tras el abandono y poco quedan de sus muros.
Las noches en el valle son magníficas y dormir a cielo abierto invita precisamente a no pegar ojo hasta que despunte el sol.
En las montañas de Tizi-n-Tinnififft en medio de un paisaje mineral se esconde un pequeño vergel originado por la bella cascada de Tizgui. El acceso es cómodo por una pista en perfecto estado que, bien indicada, parte de la carretera general Agdz-Ouarzazate. Es un sitio encantador para dar un paseo y caminar un poco por la garganta de la que emana la cascada.
Muchos de los que defienden la tesis de los 100 kilómetros de extensión sitúan el arranque del valle a partir de Agdz, donde el río cambia los escarpes del Anti Atlas del Jebel Saghro por las montañas más suaves del Jebel Bani y las palmeras dan la mano a la arena del desierto en Zagora y Mhamid. La fusión del valle con el desierto del Sahara está consumada. ¿Y el río? Pues también se funde hasta desaparecer bajo las arenas para discurrir subterráneo 600 kilómetros antes de verter sus aguas al Atlántico.
La estratégica situación del valle del Draa fue desde siempre una importante vía de comunicación entre las arenas y las montañas, lugar de paso de las legendarias caravanas del desierto -hoy formadas por 4×4 buscando aventura-, de rutas de comerciantes… Cuando lleguéis al valle no vengáis de paso, venid a quedaros, al menos el tiempo suficiente para conocer un buen ejemplo de oasis donde los dromedarios que formaban esas caravanas viven hoy en semilibertad.
5. Macacos del Atlas
Bosque de cedros sin monos hay en otros lugares del Medio Atlas y monos sin cedros también, pero desde Azrou se accede cómodamente al parque nacional D’Ifrane, donde crece un magnífico bosque de cedros (sobre él me centro en la siguiente propuesta) habitados por los macacos del Atlas.
Al sur de Meknés, la propia carretera de Azrou en dirección a Midelt cruza el corazón del bosque de cedros. A una decena de kilómetros de Azrou el asfalto llega al centro de interpretación y visitantes del parque nacional. Es el sitio indicado si queremos ver monos con garantías, pues algunos grupos familiares acuden a diario al lugar para llevarse a la boca los cacahuetes y demás bocados que los habitantes locales y los turistas desgraciadamente han instaurado como costumbre en este punto. Digo desgraciadamente porque la dependencia humana alimenticia es siempre una mala jugada para los hábitos de la fauna salvaje. Son monos salvajes, cierto, pero acostumbrados a la “ayuda” humana.
Los más pequeños y jóvenes todavía ramonean en busca de piñas de los cedros y bellotas de algunas de las encinas y robles de la zona. Son omnívoros, así que comen frutos, hojas e incluso insectos.
Bastante más atractiva parece la idea de adentrarme en el bosque en busca de monos salvajes del Atlas. Existen infinidad de senderos y basta con alejarse un poco para toparse con familias de macacos en su quehacer diario. Es curioso ver cómo a primera hora de la mañana bajan de los árboles hacia los claros o zonas abiertas del bosque en busca de los rayos del sol que calienten un poco su cuerpo. Se sientan literalmente a tomar el sol en una simpática postura casi humana. Por la tarde, ya saciados, cada vez van quedando menos monos, pues se internan en el bosque en busca de algo de intimidad.
Los macacos del Atlas (macacos de Berbería) o singe magot (Macaca sylvanus) son una especie endémica del norte de África. La única especie del género Macaca presente fuera de Asia. En Marruecos encuentran su hábitat en las montañas del Atlas y sierras vecinas como el Antiatlas o el Medio Atlas. Son monos cercopitecos de tamaño pequeño-medio y de comportamiento gregario matriarcal que viven en manadas de 10-30 individuos.
Como animales gregarios que son, se organizan en grupos y en ocasiones las disputas por el alimento entre los machos dominantes de diferentes familias pueden ser crueles. La ley del más fuerte. Los respectivos jefes familiares secundados por sus escuderos más fornidos protagonizan auténticas disputas familiares en este fantástico bosque de cedros.
6. Los Cedros del Atlas
Las montañas del parque nacional D’Ifrane albergan uno de los mejores bosques de cedro del Atlas en Marruecos. Probablemente el mejor y más extenso. No en vano está considerado como el mayor bosque de cedro del Atlas del mundo. Esta especie endémica del norte de África posee en la provincia de Ifrane la cuarta parte de su población mundial.
El Cedrus atlantica es nativo de las montañas de Argelia y en Marruecos está presente en el Atlas Medio, el Rif y en puntos muy localizados del Alto Atlas.
El árbol alcanza un porte 30-35 metros y en ocasiones hasta los 50 metros. Está presente en alturas cercanas a los 2.300 metros con ejemplares aislados y forma bosques muy densos en alturas en torno a los 1.600-1.800 metros de altura –donde encuentra su franja idónea a pesar de que crece a partir de 1.350 metros-. Bosques que pueden ser puros o mezclados con abetos argelinos, robles, encinas y arces. En el parque nacional D’Ifrane está presente en todas sus variedades de bosque y cuenta con ejemplares muy longevos –milenarios- y espectaculares como el célebre cedro Gouraud.
Uno de sus moradores más famoso es el endémico macaco del Atlas sobre el que te acabo de hablar, que se alimenta de sus hojas y de las piñas (conos femeninos).
Desde el Centro de Visitantes (en la carretera de Azrou a Timahdite) un sendero fantástico se adentra en el bosque a través de la antigua pista (actualmente asfaltada pero muy estrecha y encantadora) que conduce hacia Aïn Leuh, el bosque de Ain Khela y el lago Afennouir. Un recorrido circular de día entero. La ruta ofrece innumerables oportunidades de salirse del camino y caminar por el corazón del bosque. En ocasiones la altura de los árboles es tremenda. También el perímetro de los troncos, que puede alcanzar los 12 metros. Por unos momentos, desde el interior del bosque, parece hacerse de noche debido a su frondosidad, especialmente cuando convive con robles y encinas. Incluso grandes acebos.